Siempre actúas por ti mismo

“Ya que la expropiación es una forma de alejarse individualmente de la esclavitud, los riesgos deben ser asumidos individualmente también, y los compañeros que practican la expropiación para sí mismos pierden cualquier derecho – si es que existe tal derecho para los anarquistas, y yo no lo creo– a reclamar la solidaridad del movimiento cuando caen en la desgracia.” 

Brand (Enrico Arrigoni)

Tomé esta cita de Enrico Arrigoni (también conocido como Frank Brand) de un artículo que escribió titulado “El derecho a la inactividad y la reapropiación individual” que apareció en su periódico Ereseia di oggi e di domani (Herejías de hoy y mañana – publicado a finales de la década de 1920). En el artículo, él no sólo atacó la doctrina de la “dignidad del trabajo” que entonces era popular en los círculos radicales, sino también cualquier concepción moralista de la solidaridad. Al defender la expropiación individual, Arrigoni también señaló que aquellos que eligen este camino no pueden esperar la solidaridad automática, porque están actuando por sí mismos, por lo que ellos, y sólo ellos, deben asumir los riesgos de su acción y estar preparados para enfrentar las consecuencias por sí mismos.

Quiero extenderme en esto. Verás, siempre actúo por mí mismo, independientemente de la situación en la que me encuentre. Y por lo que observo, nadie actúa de una manera diferente a esta. Algunos simplemente parecen sentir la necesidad de maquillarse de altruistas o colectivistas para cubrir sus intenciones egoístas. Y, lamentablemente, algunos de ellos incluso comienzan a creer que este maquillaje es más real que sus deseos y aspiraciones. Y, sin embargo, el elemento del interés propio siempre está presente, incluso aún cuando el espejismo altruista y moralista socava la posibilidad del auto-disfrute.

Si siempre actúo por mi cuenta, entonces, en cierto sentido, siempre actúo solo. Incluso cuando tomo una acción con otros. Lo que hago en tal situación es lo que estoy dispuesto a hacer y lo que soy capaz de hacer, por eso soy único para mí. Lo hago con mis propias intenciones y por mis propios motivos. Si hago una acción con otros es porque he encontrado una situación en la cual mis intenciones, deseos y razones pueden entrelazarse con las suyas de una manera que potencia mi energía auto-creadora, mi capacidad de luchar contra la autoridad y mi auto-disfrute. Así que mis razones siguen siendo solamente mías, y en este sentido, sigo actuando solo.

Considero que esto es importante para comprender la naturaleza de una asociación de auto-creadores voluntarios. Aquí, tú reconoces que estás en ella por ti mismo; yo reconozco que estoy en ella por mí mismo. Esta conciencia no disfrazada es la base de nuestra confianza mutua. También significa que no puedo esperar nada de ti excepto lo que te dé placer ofrecerme. Sólo puedo saberlo en la medida de mi experiencia contigo. Tú y yo necesitamos desarrollar una especie de afinidad, una profunda experiencia compartida el uno del otro a través de la cual tú y yo comprendamos algo de los deseos, las aspiraciones, las ideas, las razones, las capacidades que cada uno tiene, y cómo estas cosas pueden entrelazarse para nuestro beneficio mutuo. Pero incluso con un profundo conocimiento experiencial el uno del otro, no es prudente que yo espere algo de ti, o que tú esperes algo de mí. Cada uno de nosotros es un creador de sí mismo, y por eso cambiamos constantemente en función de lo que nos da disfrute[1]. Dado que, en cada situación, yo estoy actuando para mí, no para el grupo, la causa, el ideal, etc., sería un tonto si esperase solidaridad. Yo, y sólo yo, soy responsable de lo que hago, y tengo que estar preparado para aceptar las consecuencias, ya sea para mi beneficio o para mi perjuicio. Tampoco le debo solidaridad a nadie.

En muchos círculos anarquistas, esta es una gran herejía. Pero la solidaridad como deuda es un ideal situado por encima de ti y de mí, y como todos los ideales, nunca existe en la realidad. Hace que haya mucho balbuceo, que se confunda el “apoyo” verbal con la solidaridad. Cuando reconozco que yo siempre actúo solo, para mí, cuando no espero solidaridad, ya no es un ideal. Es una relación entre individuos. Una relación basada en el beneficio mutuo. Me llega como un regalo, y para aquellos cuyas acciones despiertan mi generosidad, yo puedo ofrecerla como un regalo. Pero para aquellos que la exigen, no ofrezco nada.

[1] No he mencionado aquí las manifestaciones y disturbios callejeros a gran escala, porque en este momento de mi vida no me encuentro en tales situaciones, pero dado que estas son situaciones en las que un individuo actúa “con” un gran número de extraños, incluso más que en las actividades que mencioné anteriormente, actúas solo, y para ti mismo, y tienes que estar completamente preparado para afrontar los riesgos que implica.

Apio Ludd

 Tomado de la publicación My Own No.16

La polémica praxis ilegalista

“El Estado sólo puede ser vencido por la audacia enemiga de toda norma y de toda disciplina”.

“Por el crimen es como el egoísta se ha afirmado siempre y ha derribado con mano sacrílega los santos ídolos de sus pedestales. Romper con lo sagrado, o mejor aún, romper lo sagrado, puede hacerse general. No es una nueva revolución que se acerca; ¿pero no retumba un crimen potente, orgulloso, sin respeto, sin vergüenza, sin conciencia, con el trueno en el horizonte, y no ves que el cielo, henchido de presentimientos, se oscurece y se calla?”

Max Stirner

 

El Ilegalismo no goza en nuestros días, ni aún en los medios anarquistas más aparentemente “radicales”, de mucha popularidad ni predicamento. Esto supone una inevitable paradoja. Los “simpatizantes”, “militantes”, “activistas” o “afines” a cualquier corriente libertaria hablan, más o menos, en un lenguaje que podemos llamar “Anarquista”; el desprecio hacia determinadas “vacas sagradas”, y en especial a la Ley, es notable. Sin embargo, y he aquí lo paradójico, las actividades “ilegales” son pasto del estigma, el desprestigio, la condena general, e incluso el vilipendio y la calumnia, cuando no de la más clara delación.

Es como cuando piquetean en nuestros oídos toda una serie de cacofónicas contradicciones, esas que los más “informados” suelen espetarnos: “Libertad sí, pero bien controlada”, “La Anarquía no significa que uno pueda hacer lo que le de la gana”, “La autoridad es innecesaria si hay disciplina”, “En el Libertarismo no puede caber la Libertad Absoluta”… quizás algunos hayan identificado estos trinos, son imperativos que suelen salir de diversas bocas, en algunos casos son gente con “buen fondo” aunque repletos de miedo a la libertad; libertos que encuentran el camino pero no visualizan la meta. En el otro, es la gente que desconfía del “pueblo” al que, “vanguardistamente”, se han propuesto liberar, los que dicen que con una Anarquía ilimitada la gente sería ilimitadamente dañina, y con un Comunismo absoluto la gente sería absolutamente acaparadora… ¿No es esta la teoría de Hobbes?, ¿Si el pueblo es tan “malo” por qué hemos de desear su libertad? Quizás quienes hablen así prefieran vernos cargados de cadenas porque ellos mismos deben sentir terror ante lo que harían si fueran libres. Quienes no han erradicado de sus aspiraciones el “afán de poder” saben de lo que serían capaces si se les pusiera al alcance; los que aborrecemos mandar porque nunca hemos consentido ser mandados, no nos vemos acuciados por tales preocupaciones, y tan solo planteamos ¿Acaso existe alguna forma de Anarquía que no sea Ilimitada?

Si damos por sentado la multitud de problemas futuros, si aceptamos la sed autoritaria que poseerá a muchos individuos, y simplemente nos concentramos en intentar que esa serie de problemas puedan ser algún día resueltos por los propios interesados, e intentar quitar toda la serie de herramientas que convierten esa mera pulsión en un arma todopoderosa, estaremos siendo “realistas” sin empezar a tener miedo de marcarle el ritmo a nuestros propios pasos. Es decir, si barremos el poder económico, político y estatal, todo acto de autoridad que tengamos que repeler se circunscribirá a fenómenos en los que nadie se verá obligado a obedecer… el presidente no será nada sin su gobierno, ni el militar sin su ejército, ni el capitalista sin su industria; y nosotros lo seremos todo, si nuestra vida no se ve condicionada por sus decretos, ni nuestra existencia peligra por sus armas, ni nuestro estómago se ve vacío por su dinero. Que se limiten al garrote o la astucia, y en ese campo, cualquiera podrá detenerlos.

Si un mundo sin obediencia y sin órdenes es factible ¿Por qué confinarnos a actos que reproducen esa misma dinámica de “ley-acatamiento”?

Quizás no lo hayamos pensado, pero aún pesan sobre nosotros los más variopintos prejuicios. Muchos compañeros y compañeras me han dicho: “No te das cuenta que, por esos mismos métodos, el Anarquismo carga, aún a día de hoy, con mala fama”. Aquí suele ser muy socorrida una sandia frase de Bernard Thomas: “Todavía la bandera del Anarquismo lleva el luto por lo crímenes de la Banda Bonnot”… y ahora me atrevo a lanzar una pregunta que en muchos círculos se tildará de blasfema ¿Qué es lo que separa a un Bonnot de un Durruti?, la respuesta se me antoja solo una, la lente burguesa con que miramos al personaje.

Muchos, incluyendo Anarquistas, vociferan hoy contra los “propagandistas por el hecho” e “ilegalistas” de final del siglo XIX y principio del XX. Los Moncasí, Duval, Ravachol, Vaillant, o Callemin son llamados “sanguinarios”, “inmoladores de la Idea” y “oportunistas” entre otras lindezas, solo reciben elogios de los “folkloristas” o de los “morbosos”, mientras que, sin embargo, los “profesionales de esa misma Idea” (vendan libros o no) solo pueden ofrecerle los máximos parabienes a personajes como Bakunin, Malatesta, Eliseo Reclús, Ascaso o Quico Sabaté… paradoja sobre paradoja ¿Son acaso, quienes así hablan, pacifistas? En modo alguno, mucho de estos señores claman como el que más por una “Revolución armada e Integral”, lo cual demuestra que ni siquiera tienen la generosidad de los pacifistas de antaño.

Algunos como Tolstoi, Hem Day o Armand renegaban de cualquier forma de violencia, y sin embargo, nunca tuvieron para con los “propagandistas”, una vez vencidos, palabras duras o de reproche, todos ellos se destacaron en su defensa pública. Los críticos de hoy tienen otra “catadura”, no aducen motivos morales o de similar estilo; sin escrúpulos hacen gala de la más cruda arbitrariedad.

Es este el desproporcionado peso que inclina el platillo de nuestra moderna pero desequilibrada balanza.

El mismo Bakunin que es hoy despreciado por la burguesía, el que estaba dispuesto a empapelar con los cuadros “más artísticos y emblemáticos” cualquier fortaleza si eso suponía mantener viva la llama de la Insurrección. El que planteaba que, una vez perdida la Revolución de Dresde, y puesto que jamás había: “Podido llegar a comprender que hubieran mayores lamentaciones por las casas y las cosas inanimadas que por los hombres”, debía volarse la ciudad por los aires, y junto a ella el Ayuntamiento, con tal de que no cayeran en manos de las tropas prusianas. Es el mismo que hoy, obviamente, es aceptado por los Anarquistas como un “paradigma” del “revolucionario integral”.

Sin embargo, este Bakunin, reconocido tanto por su actividad revolucionaria como por el calado de sus análisis, era también quién abroncaba a su amigo Herzen por condenar a Karakozov por su fallido atentado contra el Zar, era quién consideraba que uno de los brotes de los que a la postre serían llamados “propagandistas por el hecho” (término acuñado por el propio Bakunin aunque popularizado por Paul Brousse) era un individuo a quien: “A pesar de sus errores teóricos, no podemos rehusarle nuestro respeto y reconocerlo, ante la abyecta muchedumbre de cortesanos serviles del zar, como uno de los nuestros”. Y suya era también la boca de la que brotaba una explícita invectiva Ilegalista, una que aspiraba a convertirse en auspicio, su llamada “Revolución de Bandoleros y Campesinos”, pues según él: “El Bandolero es el único y auténtico Revolucionario en toda Rusia… En los difíciles tiempos intermedios, cuando todo el mundo trabajador campesino semejaba dormir en un sueño que parecía no poder ser interrumpido por nada, oprimido por todo el peso del Estado, los Bandoleros, los salteadores de caminos, continuaron su lucha en los bosques hasta que las aldeas rusas despertaron de nuevo. Cuando esas dos formas de sedición, la de los Bandoleros y la de los Campesinos se unan, en ese momento surgirá la Revolución del Pueblo”.

¿No cumplieron los Duval, Pini y Jacob la parte que les correspondía?, ¿No se convirtieron en la palabra de Bakunin hecha “carne”? Es irónico contemplar cómo el mismo odio que las clases pudientes tienen por Bakunin, encuentra su distorsionado reflejo en el que muchos “revolucionarios” tienen por los Ilegalistas, a los que, por otra parte, Bakunin amparaba con su verbo.

En 1877, el grupo que componían Malatesta, Cafiero y Ceccarelli llegó a ser conocido como “La Banda del Matese”, pues extendían por dicha región una actividad netamente guerrillera (muy similar a la que los grupos Anarquistas antifranquistas realizarían en periodo de post guerra), ¿Y acaso “Las Panteras de Batignolles”, “Los Intransigentes” o “Los Trabajadores de la Noche”, todos ellos grupos ilegalistas consagrados a atacar al Capital, por medio de la Propiedad, y al Estado por medio de la violación sistemática de la Ley, no se hallaban en el mismo lado de la barricada?.

Mencionemos, incluso, a Eliseo Reclús. Él, quintaesencia del “pensador reflexivo”, del “teórico comprometido” pero supuestamente “sosegado”, no era solo el que defendía con su compresiva pluma a esos “expropiadores” a los que otros condenaban, en ocasiones, hasta con cierta acritud y ensañamiento; era además quién tomó el fusil en la Comuna de París y quién -como Luisa Michel- derrochaba tolerancia con aquellos que experimentaban la “lucha social” como una transcendente cuestión de “supervivencia”, ¿No eran estas las difíciles circunstancias de los Ravachol o Garnier?, ¿No eran personas que tomaban el puñal o la browning tal y como el animal acorralado hace uso de sus dientes y garras?.

Quizás se nos aduzcan las prosaicas razones “porcentuales o numéricas”, pero como ya hemos dicho -en multitud de ocasiones- ni la verdad es más “verdad” cuando solo sale por una garganta en vez de por la de mil, ni la Revolución es más lícita cuando es un único individuo el que se arriesga a encender su personal mecha, que cuando es todo un pueblo el que se dispone a combustionar la pólvora.

¿Hablamos acaso del algún extraño y ridículo “vanguardismo”? Por supuesto que no, simplemente no creemos que una persona deba de apagar el fuego revolucionario que consume su paciencia y arde en sus entrañas, simplemente porque este no haya conseguido prender en el resto de la población. ¿Qué intentar iniciar una “Revolución de francotiradores” puede ser menos efectivo que una gran marea “colectiva”? Posiblemente, ¿Qué la “Rebelión unipersonal” y el “acto individual” están abocados al “fracaso”? Todas las Revoluciones, fugaces o más o menos duraderas, no son más que la consecución de innumerables “actos individuales”, de una cuasi infinidad de “Rebeliones unipersonales”, son estas las que provocan una verdadera ruptura en el vértice histórico, son estas las que preparan el caldo de cultivo para un nuevo y desconocido período; y ante la más o menos pretérita escalada de Rebeldía que debería posibilitar el advenimiento de una “Revolución Global”, debemos prepararnos para hacer nuestro “pequeño” y personal aporte, es por ello por lo que nos acogemos a estas palabras de Louis Lecoin: “Cierto, los actos individuales no pondrán fin a todos los déspotas y a todos los despotismos, y será necesaria una revolución; pero esos actos son un símbolo, pues indican dónde hace falta golpear”. Vaillant y su acto, su alegórico atentado contra el Parlamento, nos proporciona, por ejemplo, una inigualable “diana”.

Algunos pretenderán excusarse de otras formas, quizás nos digan: “Lo que diferencia a unos de otros, lo que hace que los Bakunin, Malatesta y Reclús sean ‘bien vistos’ y destaquen en detrimento de los ‘ilegalistas integrales’, es su capacidad ‘intelectual’, es decir, se legado teórico”… este planteamiento ni siquiera tiene la belleza de otras muchas mentiras, pues ¿Tal vez los Durruti, Ascaso, Facerias, Celes, Quico Sabaté, o Ramón Vila Capdevila han hecho algún aporte netamente teórico al pretendido “corpus” Anarquista? Y, aún quedando algunos más oscurecidos que otros por la sombra del tiempo, pocas palabras “críticas”, y aún menos “despectivas”, se atrevería nadie lanzar contra quienes, sin libros y escritorios, supieron dar un ejemplo vivo de Anarquismo en acción, contra los representantes genuinos del “Maquis Libertario”. Sin embargo, ¿No se encaminaban cada uno de sus pasos contra la carcasa estatal?, ¿No apuntaban sus armas contra los propietarios?, ¿No se incrustaban sus balas en el cuerpo decrépito de la Autoridad? Exactamente igual que los ilegalistas de antaño. No es, por tanto, la “prolijidad teórica” la que ha limpiado el nombre de unos y ensuciado el de otros.

Entonces ¿porqué se nos antoja la imagen del “ilegalista” y del “propagandista por el hecho” como algo “anacrónico” o incluso “caduco”? La respuesta, como ya dijimos, proviene del aburguesamiento de nuestra propia mirada, esa que se ve distorsionada por un cristal excesivamente ahumado cuando no, directamente, por un caleidoscopio.

El caso se nos muestra de forma diáfana cuando observamos a los personajes más “emblemáticos” del anarcosindicalismo “español”. En los Durruti y Ascaso ¿No nos encontramos con los incontestables herederos de los Caserio, Pardiñas, Angiolillo, Bresci, o Czolgosz?, ¿No aspiraban ambos a seguir los pasos de los mencionados y a convertirse, como mínimo, en “regicidas”?, ¿No fue su atentado contra Alfonso XIII la consecución lógica de la obra que inició Moncasí cuando atentó, precisamente, contra el padre de ese engendro coronado?, ¿No les presentan sus fallidos o certeros atentados como epígonos directos, cuando no como condiscípulos, de los Cyvoct, Gallo, Pauwels, Reinsdorf, Radowitzky, Wilckens, o Di Giovanni? Y sus atracos a bancos y demás “expropiaciones” ¿En algo se separan de las actividades de los ya mencionados “recuperadores individuales”? Sus grupos (a los que el propio García Oliver reconocía como los “mejores terroristas de la clase trabajadora” y los “reyes de la pistola obrera”) ¿Guardan alguna diferencia con los que despuntaban en el ocaso del siglo XIX, y sobretodo, con el establecido por Jules Bonnot, Raymond Callemin y compañía a finales de 1911?, ¿No era acaso el propósito de todos ellos, simpatizaran más con una corriente ácrata que con otra, realizar actos prácticos de Sedición? Bonnot y la banda, a la que la prensa burguesa quiso concederle su nombre, no se dedicaron a ninguna actividad distinta que la realizada por Durruti y Ascaso en Gijón… fuera bajo el nombre de “Los Justicieros”, “Los Solidarios” o “Nosotros”, todos esos grupos tuvieron la insignia nítida de la ilegalidad y el “cuadro de defensa”, y nadie puede negarle a los archiconocidos “Bandidos Trágicos” su dedicación a ambos menesteres… por el primero fueron perseguidos y por el segundo fueron asesinados.

Las paradojas suelen ser sangrantes… Miguel Arcángel Roscigno no solo atracó junto a Durruti, Acaso y Gregorio Jover el Banco de San Martín, sino que en cuanto a “peripecias Revolucionarias” (ese rico “anecdotario” que a veces termina por ser lo único recordado en la sufriente vida de los militantes) no le va a la saga a los anteriores, ya que podría satisfacer con las mismas incluso a los “frívolos” más exigentes. Y sin embargo, los primeros se harían a la postre populares como “Los Tres Mosqueteros” (a veces en la ecuación entra Oliver para sustituir a Jover), convirtiéndose en un “mito” del movimiento obrero internacional; mientras que Roscigno, aun como colaborador de Di Giovanni, no pudo compartir ni las migajas de su “halo”, pues ni siquiera conserva su nombre en los labios de los compañeros… quedando su recuerdo barrido por el viento. Haciendo las delicias, tan solo, de los que le rinden culto a la “fuerza” o de los que solo se “excitan” con cierta clase de morbosidad.

En sus tiempos Durruti despertaba el calificativo de “gánster internacional” entre la reacción (incluso Montseny lo calificaba así cariñosamente), mientras que “el Quico” era considerado “el criminal más peligroso de España”; hoy, ni los más timoratos de la mesocracia les darían semejantes epítetos. No obstante, pléyades de “nombres propios” siguen siendo objeto de los prejuicios burgueses más pávidos y acomplejados, cuando no, sencillamente deleznables… pero, ¿Qué se les puede reprochar?, ¿Ir contra el todopoderoso Sistema?, ¿Impugnar toda Ley?, ¿Tomar donde prevalece la insultante abundancia y el homicida excedente?, ¿Entregar sus jóvenes vidas en aras de un mundo que se ha demostrado inmerecedero de ellas?

Los anarquistas llevamos más de 160 años proclamando, junto con Proudhon que: “La Propiedad es un robo”, ¿Podemos acaso culpar a aquellos que no se conformaron con teorizar y se decidieron a llevarlo a la práctica?, ¿Quién se atreve?

Desde luego, son ellos, los hambrientos de hechos y no de fórmulas, los que tendrían el coraje y la rabia -pues como anarquistas toda potestad les es ajena- de reprocharnos este medio siglo de sopor aún rodeados de tempestad.

El Hombre Guillotina

Hacia espacios desconocidos

“Cada uno de ellos parecía ver el desafío mortal en los ojos de los otros –sentir que los otros dos estaban arrastrándolo con toda la fuerza de su voluntad y de su cuerpo– hacia el mar –lejano- hacia espacios desconocidos- hacia un golfo desde el cual el retorno sería imposible –y ninguno de ellos tenía dudas acerca de la naturaleza insidiosa de este inesperado acuerdo de sus voluntades y destinos. YA NO ERA POSIBLE RETIRARSE.” 

Julien Gracqir

“Ya no era posible retirarse.” Todos somos cautelosos en nuestras revueltas, en nuestra creativa aventura de hacer nuestra vida propia. Entonces, ¿Cómo sería posible algún día llegar a ese punto donde “ya no sea posible retirarse”? Sin embargo, si alguna vez nos movemos más allá de la inercia actual, si rompemos con el movimiento del Capital, del Estado, de lo que es – con su trayectoria hacia el aburrimiento y el desastre….[1]

Pensemos por un momento en tiempos específicos, en la historia (La comuna de París de 1871, el mayo de 1968 en Francia) o en nuestra propia vida. Esos tiempos en que, a sabiendas, nos sumergimos en lo desconocido. Ciertamente, al comienzo, había este desafío mortal en las miradas de todos. Cuando este desafío comenzó a decaer, se transformó en una mirada de miedo, una compulsión a volver atrás, ¿a encontrar tierra firme? ¿Cuándo fue que eso se convirtió, para algunos, en una ideología de la seguridad?-la demanda por espacios seguros, el lenguaje seguro, las palabras seguras, que la precaución se transforme en el orden de los días-[2]

Al fin y al cabo, Yo soy anarquista. No sigo órdenes. Cualquier concepción significativa de libertad desafía la seguridad y desecha la precaución.

Vagabond Theorist

 


[1]Párrafo incompleto en la versión original.

[2] El autor está haciendo referencia a la nueva tendencia de corrientes “progresistas” –principalmente en EEUU, pero en otros lugares del mundo estas estrategias están siendo utilizadas por corrientes de izquierda – que intenta “proteger a los grupos minoritarios” a través de políticas coercitivas como prohibición de ciertas vestimentas, ciertos peinados, por catalogarlos de “apropiación cultural” prohibición de ciertas palabras –incluso fuera de ámbitos peyorativos- por catalogarlas “ofensivas”.

Contra la sociedad de masas

La anarquía es un estado de existencia libre de autoridad coercitiva, en el que se estaría en libertad de determinar la propia vida que cada una elija, a imagen de sus propias necesidades, valores y deseos individuales, sin permitir, sin embargo, que su campo de acción abarque la vida de otras que no lo hayan elegido así.
Un mundo no-autoritario conllevaría libertad de asociación, por lo tanto es incompatible con la monarquía, la oligarquía o la democracia. Muchas de quienes se llaman a si mismas “anarquistas”, aunque afirman no negar la importancia de la asociación libre, luchan por una sociedad más democrática donde las entidades corporativas y estatales sean reemplazadas por municipalidades controladas por la comunidad, federaciones industriales controladas por las trabajadoras, y así sucesivamente. Quienes desean vivir libremente según su propia voluntad tienen razones para sentirse amenazadas por todas las organizaciones a gran escala, porque son tanto imperialistas como jerárquicas, aunque pretendan ser o denominarse “democráticas” (como si la subordinación del individuo a la mayoría fuera algo deseable).
Las humanas son sociables por naturaleza – pocas desean vivir solas como ermitañas (aunque la libertad de vivir como tal no se puede negar). Sin embargo, las personas humanas son también selectivamente sociables – no simpatizan con todo el mundo, y sería una opresión esperar que fuera así. De forma natural, la gente establece relaciones con otras con quienes se identifican por compañía y apoyo mutuo. Tal ha sido el caso a lo largo de la historia humana. Sólo en la historia reciente la gente ha entrado en organizaciones de masas compuestas por miembros que no necesariamente se conocen o gustan unos a otros. Tales organizaciones no se han formado a causa de su necesidad para la supervivencia. Durante más del 99% de la historia humana, la gente disfrutaba de asociaciones cara-a-cara dentro de acuerdos de familia extendida, y algunas culturas continúan haciéndolo. Aquellas incapaces de llevarse bien en su grupo o tribu son libres para buscar compañía en otra parte o para vivir en soledad. Este modo de asociación funciona bien – los miembros de sociedades autosuficientes en pequeña escala pasan habitualmente de 2 a 4 horas al día ocupadas en actividades de subsistencia. Aunque ocasionalmente pasen hambre, habitualmente comen en abundancia, y disfrutan de un tiempo de ocio mucho más amplio que aquellas que viven en sociedades de masas. Las culturas indígenas que aún permanecen intactas hoy en día prefieren su modo tradicional de vida, y muchas están actualmente protagonizando una impresionante resistencia política contra las corporaciones y gobiernos que quieren forzarlas a formar parte de la sociedad de masas para que su tierra y trabajo puedan ser explotados. La gente raramente entra en organizaciones de masas sin ser forzada, ya que roban su autonomía e independencia.
El surgimiento de la civilización se basó en la producción masiva obligatoria. Cuando ciertas sociedades comenzaron a valorar la productividad agrícola sobre todo lo demás, sometieron forzosamente a todas las formas de vida dentro de la extensión de sus ciudades para ese propósito. Las comunidades de gente que deseaban cazar, pescar, forrajear, cultivar huertos o pastorear en la tierra para propósitos de subsistencia serían masacradas despiadadamente o esclavizadas, y los ecosistemas que habitaban fueron convertidos en tierras de cultivo para alimentar a las ciudades. Sólo aquellas que estaban dedicadas por completo en el cultivo y en la producción animal fueron admitidos en los campos circundantes. Quienes vivían dentro de las ciudades eran prisioneras, mercaderes, u oficiales públicos ocupadas en tareas administrativas y de control social. La organización social ha pasado a ser más compleja, avanzada tecnológicamente y amplia en su alcance a través de los siglos desde el inicio de la civilización en el “Creciente Fértil” (1) de Oriente próximo. Sin embargo, la vida no humana todavía es sacrificada y eliminada para el uso humano (y cada vez a una mayor velocidad), y las personas humanas todavía son forzadas a vivir como los sirvientes de su cultura y sus instituciones dominantes como un requisito para la existencia. La supervivencia por medios directos está prohibida – para habitar una tierra, se debe pagar continuamente un alquiler o una hipoteca, lo que requiere la dedicación para alcanzar una posición económica en la sociedad, dejando insuficiente tiempo restante para la caza o el cultivo (y mucho menos tiempo de ocio para acompañarlo). La educación pública contribuye a garantizar que poca gente sea capaz de aprender a sobrevivir con independencia de la economía.
El capitalismo es la actual manifestación dominante de la civilización. La economía bajo el capitalismo está en gran medida dirigida por organizaciones, que cuentan con la aprobación del Estado, llamadas corporaciones, que poseen el mismo status legal que los individuos, limitando y protegiendo así la responsabilidad de sus participantes. Las corporaciones existen con el propósito de beneficiar a accionistas – los empleados por las corporaciones son legalmente requeridos para perseguir el beneficio por encima de todas las demás posibles preocupaciones (p. ej., la sostenibilidad ecológica, la seguridad laboral, la salud de la comunidad, etc.), y pueden ser despedidos, demandados, o sancionados si hacen lo contrario. El capitalismo deja muy poco espacio para que la vida no-humana florezca de un modo no servil (esto es, en ecosistemas salvajes, en lugar de en establos, jaulas de batería o plantas madereras), y casi ningún lugar para individualidades que no quieren gastar sus vidas trabajando sin parar para la innecesaria e interminable producción de mercancías. La mayoría de la gente pasa casi todo su tiempo ocupada en un trabajo sin sentido, monótono, reglamentado y a menudo dañino física y mentalmente, para pagar sus facturas, o a causa de una absoluta necesidad financiera, o porque no saben que podría haber otro camino. Debido a la idiotización, alineación e impotencia que tanta gente experimenta durante el curso de sus vidas cotidianas, nuestra cultura muestra unos altos índices de depresión, enfermedad mental, suicidio, adicción a las drogas, y relaciones disfuncionales y basadas en el abuso, junto con numerosos modos indirectos de existencia (p. ej., televisión, películas, pornografía, video-juegos, etc).
La Civilización fue el génesis del autoritarismo sistémico, la servidumbre obligatoria y el aislamiento social, no el capitalismo per se. En el contexto de esta perspectiva, los diversos socialistas, comunistas, y el amplio surtido de anarco-izquierdistas (sindicalistas, ecologistas sociales, etc) que pretenden abolir el capitalismo sin atacar la civilización en su conjunto son simplemente reformistas. La complejidad social que es la civilización se hace posible por la coerción institucionalizada. Los grupos políticos antes mencionados no desean acabar con la coerción, sino democratizarla – esto es, extender la participación popular a su aplicación.
Aparte de los repulsivo de animar a la gente a participar en actos opresivos, hay que señalar que la democracia directa es un ficción dentro del contexto de la sociedad de masas. En una asociación que se expande a una escala mayor de la que es posible para las relaciones cara a cara de sus participantes, la delegación de responsabilidades en representantes y especialistas se convierte en necesaria para que se lleven a cabo los fines de la asociación. Incluso si el consenso o el voto de la mayoría determina a quien se elige para participar en la toma de decisiones o las responsabilidades administrativas, las elegidas nunca están por completo bajo el control del electorado cuando actúan cumpliendo con sus deberes. Un mandato estricto sobre las decisiones o el comportamiento de las delegadas o especialistas implica la supervisión constante por el conjunto del grupo, lo que frustraría el propósito de una división del trabajo. El poder volver a llamar de forma inmediata a estas delegadas también depende de la posibilidad de tal control. Adicionalmente, las delegadas elegidas reciben más tiempo y recursos para preparar y presentar sus visiones y argumentos que una persona corriente, que les proporcionan por lo tanto una gran ventaja para ser capaces de salirse con la suya por medio de la manipulación propagandística y el engaño. Incluso si el grupo en su conjunto determina todas las políticas y gestiones (lo cual es de por si imposible cuando se requiere conocimiento especializado), y a los delegados solo se les asignan los deberes de hacerlas cumplir, todavía podrán actuar según su propia voluntad cuando no estén de acuerdo con las normas y estén seguros de poder escapar al castigo por ignorarlas. La democracia es necesariamente representativa, no directa, cuando se practica a gran escala – y la democracia representativa es precisamente el tipo de sistema político practicado actualmente. La abolición de la jerarquía requiere el destronamiento permanente de gobernantes y jefes, ya sean elegidos o no, y por lo tanto también requiere que se rechace la sociedad de masas.
Dado que las organizaciones de masas valoran la producción más que la autonomía personal o comunitaria, son necesariamente imperialistas en su alcance, destruyendo o esclavizando toda la vida que se encuentre en su camino. Sin embargo, la producción no es un valor irrelevante u opcional del que la sociedad de masas pueda prescindir mientras continúa existiendo. Si las ciudades no son auto-suficientes en la producción de su propia comida, se apoderarán de las áreas circundantes para uso agrícola, volviéndolas inhóspitas tanto para los ecosistemas no-humanos como para las comunidades humanas auto-suficientes. Este área se expandirá en relación a cualquier incremento de la población o la especialización del trabajo que experimente la ciudad. Se podría argumentar que la producción industrial sería capaz de mantenerse, mientras que al mismo tiempo se la haga disminuir considerablemente, dejando a los ecosistemas y a los pueblos no-industriales algún espacio para coexistir. En primer lugar, esta propuesta invita a preguntarse porqué la civilización industrial debería tener prioridad sobre las otras formas de vida, permitiéndose dictaminar a quienes no participan en ella a cuánto espacio exactamente tienen derecho. Es también cuestionable si es incluso posible para una sociedad alcanzar un “equilibrio” entre la opulencia de la alta tecnología y la sostenibilidad ecológica sin privar del derecho a participar en la toma de decisiones a grandes sectores de la población activa o empleando un detallado esquema de planificación social autoritario.
La complejidad estructural y la jerarquía de la civilización deben ser rechazadas, junto con el imperialismo político y ecológico que se propaga a través del planeta. No es posible para las seis mil millones de habitantes, actuales del planeta, sobrevivir como cazadores-recolectores, pero es posible para aquellas que no pueden cultivar su propia comida en espacios sensiblemente más pequeños (comparados con el tamaño de los agotados y envenenados campos de las agro-industrias de hoy), como se ha demostrado por la permacultura, la jardinería orgánica, y las técnicas de horticultura indígenas. Se requieren aparatos de gestión e instituciones de control social para administrar la producción e intercambio de mercancías dentro de una economía basada en la división del trabajo, pero no son necesarios cuando los individuos y pequeñas comunidades toman el control de sus propios medios de vida. El rol de la jerarquía y la reglamentación solo desaparecerá cuando la gente comience de nuevo a encargarse de sus necesidades directamente mediante una relación inmediata con la Tierra. El entorno vivo sólo se preservará y restituirá a su vibrante estado natural una vez que se desmantelen los instrumentos de la producción masiva. La anarquía y la autonomía sólo se desarrollarán una vez que la gente aprenda de nuevo a sobrevivir independientemente del cáncer que es la civilización industrial, y finalmente lo destruyan.

(1) Término popularizado por el orientalista norteamericano James Henry Breasted (1865-1935) que hace referencia al área de Oriente Medio de donde son originarias las civilizaciones de esa zona y de la Cuenca Mediterránea.

  Chris Wilson

Anti Copyright, 2001

El persistente rechazo del paraíso

Se rumora que nosotros (un “nosotros” no bien definido, cuya indefinición conviene a los murmuradores) no tenemos nada que ver con el anarquismo, siendo en realidad nihilistas encubiertos con la finalidad de penetrar en el santuario de la anarquía con malvadas intenciones. Cabe señalar que quien asume la tarea de custodiar el templo acaba viendo ladrones por todas partes, y tal vez ha llegado la hora de tranquilizar a “nuestros” preocupados detractores.

En primer lugar, tienen que explicar lo que quieren decir con nihilismo. Personalmente, considero sospechosa a cualquier persona que me ensalza las alegrías del nihilismo, pues considero que el nihilismo, cuando se asume como la sustanciación de la nada, es un engaño. Cuando el carácter incompleto del todo se cultiva con una sensación de plenitud, es difícil resistirse a la tentación de sustituir a la antigua idea del absoluto con su momento más abstracto en el que la nada se transforma de inmediato en el todo y, por tanto, se totaliza. En última instancia, el nihilismo me parece una forma astuta de razonar, que impulsa toda la estructura del conocimiento en la oscuridad de la nada sólo para recibir, a través de esta negación radical, aún más de la luz del Todo.

Pero, probablemente, el “nihilismo” del que hablan los murmuradores consiste en algo mucho más simple, es decir, en una supuesta falta de propuestas. En otras palabras, uno es nihilista cuando persiste en rechazar la promesa de un futuro paraíso en la Tierra, para prever su funcionamiento, estudiar su organización, y alabar su perfección. Para ellos, se es nihilista cuando, en lugar de tomar y valorar todos los momentos de relativa libertad que ofrece esta sociedad, se niega radicalmente, prefiriendo la drástica conclusión de que no vale la pena salvar nada de eso. Por último, uno es nihilista, si en lugar de proponer algo constructivo, la actividad propia se reduce a una “exaltación obsesiva de la destrucción de este mundo”. Si este es el argumento, es un argumento insuficiente.

Para empezar, el anarquismo –la Idea– es una cosa, y el movimiento anarquista –conjunto de hombres y mujeres que apoyan esta Idea– es otra–. No tiene ningún sentido para mí hablar de la Idea cuando en realidad sólo unos cuantos anarquistas la afirman. La Idea del anarquismo es la absoluta incompatibilidad entre libertad y autoridad. De esto se deduce que puede disfrutarse de total libertad en la ausencia completa de Poder. Ya que el Poder existe y no tiene intenciones de desaparecer voluntariamente, será necesario crear una forma de eliminarlo. Corríjanme si me equivoco.

No entiendo por qué tal premisa, la que el no-anarquista “nihilista”  siempre ha soñado negar y suprimir, tendría que conducir necesariamente a postular nuevas normas sociales. No entiendo por qué, con el fin de “formar parte” del movimiento anarquista, se debe someter primero a un examen doctoral en arquitectura del mundo nuevo, y por qué no es suficiente amar la libertad y odiar toda forma de autoridad, con todo lo que conlleva.

Todo esto no sólo es absurdo desde el punto de vista teórico, sino también falso desde el punto de vista histórico (y los anarquistas murmuradores muestran tanto fervor por la Historia). Uno de los puntos sobre los que Malatesta y Galleani divergieron, regularmente, fue precisamente la cuestión de si era necesario planificar lo que se crearía después de la revolución o no. Malatesta sostuvo que los anarquistas deben comenzar inmediatamente a desarrollar ideas de cómo organizar la vida social, ya que no puede permitirse una interrupción; Galleani, por su parte, sostuvo que la tarea de los anarquistas era la destrucción de esta sociedad, y que las generaciones futuras, inmunes a la lógica de la dominación, se darián cuenta de cómo reconstruir. A pesar de estas diferencias, Malatesta no acusó a Galleani de ser nihilista. Tal acusación habría sido gratuita, ya que la divergencia era sólo sobre el aspecto constructivo en cuestión; estaban de acuerdo por completo sobre el aspecto destructivo. Aunque esto sea omitido por muchos de sus exégetas, Malatesta fue, en efecto, un insurreccionalista, partidario confirmado de una insurrección violenta capaz de derribar al Estado.

Hoy, sin embargo, basta señalar el hecho de que cualquier persona que detente el Poder no renunciará a sus privilegios voluntariamente y sacar las conclusiones pertinentes, para ser acusado de nihilista. Dentro del movimiento anarquista, como en todas partes, los tiempos cambian. Mientras que una vez el debate entre los anarquistas se ocupó de la forma de concebir la revolución, hoy parece que todos los centros de discusión giran alrededor de la forma de evitarla ¿Qué otros efectos podrían tener todas las disquisiciones sobre el autogobierno, el municipalismo libertario o la utopía bendita? Es evidente que una vez que se rechaza el proyecto insurreccional como tal, la hipótesis destructiva comienza a asumir contornos terribles. Lo que para Malatesta no era más que un error –el hecho de limitarse a la demolición del orden social–, para muchos anarquistas de hoy día representa un horror.

Cuando las almas piadosas oyen el ladrido de un perro, siempre piensan que un lobo feroz está por llegar. Para ellos, el soplo del viento se convierte en un tornado que se aproxima. De la misma manera, para cualquier persona que ha confiado la tarea de transformar el mundo únicamente con la persuasión, la palabra “destrucción” está alterando su mente, evocando imágenes dolorosas y desagradables. Estas cosas crean una mala impresión en la gente que, si han de ser convertidos y finalmente acudirán a las filas de la razón, debe haber una religión que les prometa un edén de paz y hermandad. Tanto si se trata de un paraíso, el nirvana o la anarquía, eso poco importa. Cualquiera que se atreva a poner tal religión en tela de juicio no puede considerarse simplemente como un no-creyente. En el curso de las cosas, esa persona debe ser presentada como un blasfemo peligroso, alguien hostil.

Es por eso que a “nosotros” (pero ¿quién es este “nosotros”?) se nos llama “nihilistas”. Pero el nihilismo en todo esto, ¿qué tiene que ver?

Penelope Nin

Aparecido en el Canenero. Año 2000