Sobre anarquistas antiorganización

Como es sabido, dentro de la Internacional, Bakunin se confrontó con conceptos marxistas relativos a la autoridad, la burocracia y el centralismo, todos elementos nocivos para el movimiento revolucionario. De ahí en adelante los antiautoritarios debatieron y desarrollaron el tema de la organización. (1)

La sección italiana de la primera Internacional fue al mismo tiempo una asociación socialista, anarquista, comunista, colectivista, atea, revolucionaria y federalista. (2) Organizó diversos congresos regionales entre 1871 y 1880, aunque para 1880 estaba debilitada a causa de la continua represión. Era integrada por cuatro tendencias diferentes: la evolucionista, la socialista revolucionaria, la comunista anárquica, y la individualista. El anarquismo renació de sus cenizas, (3) se hizo un movimiento plural que comprendía tanto a militantes que simpatizaban con el organizacionismo, como a los denominados antiorganización, a los individualistas y a los amantes de la “propaganda por el hecho”.

Los organizacionistas proyectaban un “partido”, tal como lo concebía Malatesta, en el sentido de “asociación entre anarquistas”, comenzando en el Congreso de Capolago de 1891. Pero era un proceso tardado, y Capolago formaba parte de un desarrollo largo y difícil: la siguiente asamblea general se efectuó dieciséis años después en Roma (1907), pasarían otros ocho años antes de una nueva reunión general (Pisa, Enero 1915). El término de la Primera Guerra Mundial, y la Revolución Rusa, fueron factores que contribuyeron a acelerar el proceso organizativo: así, finalizada la década se habían realizado conferencias y congresos que culminaron en la fundación de la Unión Comunista Anarquista Italiana en 1919, convertida en Unión Anarquista Italiana en 1920.

A comienzos del siglo XX, y muchos años después, la gran mayoría de los anarquistas italianos eran afines a la tendencia antiorganización. Es necesario aclarar que, a pesar de tal definición, no rechazan organizarse. Enormes diferencias los separan de los individualistas, con los cuales a menudo se les identifica erróneamente. Estos últimos tienen influencia del pensamiento de Max Stirner en combinación con ideas de Friedrich Nietzsche. En cambio, el pensamiento político antiorganización procede de Bakunin, Kropotkin, Gori, Reclus etc. Al contrario de los individualistas, los antiorganización reconocen el valor de la acción colectiva y el protagonismo del proletariado en el proceso revolucionario.

Hay que señalar que la cuestión antiorganizativa siempre ha sido objeto de debate en el movimiento. Los antiorganización niegan la validez a las estructuras formales, porque ven en estas signos elitistas y burocráticos, no obstante consideran necesario organizarse para el accionar revolucionario, rechazando cualquier proyecto formal, pero reconociendo el valor a la acción colectiva. La antiorganización anarquista deja el camino abierto a otro factor: el deseo personal.

Luigi Galleani es sin duda la figura clave entre los círculos antiorganización, su personificación más acabada. Activo, principalmente, en Italia y Estados Unidos, ahí reside entre 1901 y 1919, orador y editor, promovió eficazmente una red solidaria entre anarquistas dedicados a la acción directa y a la revuelta contra la autoridad, teniendo como objetivo común desencadenar la revolución social trasnacional que permita a la gente explotada gestionar una sociedad libre y comunista.

El primer seudónimo: Mentana

Galleani nace en Vercelli el 12 agosto 1861, de padres burgueses y monárquicos; estudia leyes en la Universidad de Turín y pronto se vuelve un ardiente republicano. Termina sus estudios pero no obtiene la licenciatura, prefiere dedicarse a actividades políticas. Como muchos jóvenes demócratas está influenciado por el mito de la Unificación italiana y tiene gran estimación por personajes como Carlo Pisacane, Giuseppe Garibaldi y Giuseppe Mazzini, de los que admira su lucha sin descanso y su devoción a la causa. Estos, como Felice Orsini, el nacionalista que intenta asesinar a Napoleón III en 1858, encarnan la voluntad humana y el progreso social. No es casual que firme sus artículos con el seudónimo de Mentana, la ciudad donde las fuerzas de Garibaldi chocaron con tropas del clero, el 3 noviembre 1867, en su intento por conquistar Roma. (4)

La sección italiana de la Internacional mantiene estrechas relaciones con Unificación Democrática. Participan nacionalistas, conspiradores, voluntarios garibaldianos e integrantes de sociedades obreras que fundan los primeros núcleos de la Internacional y se vinculan con la Comuna de París en 1871, hecho que provoca la oposición de Mazzini por una parte, y el apoyo de Mikail Bakunin por la otra. Sobre todo en su primera fase, de 1870 a 1874, la Internacional tuvo gran influencia de Bakunin, gracias al trabajo de militantes como Fanelli, Friscia, Gambuzzi, Dramis, y otros más, Ceretti, Suzzara-Verdi, Castellazzo. (5)

Entre 1881 y 1885, un Galleani republicano se acerca gradualmente al socialismo. Escribe para varias publicaciones locales, incluyendo “¡La Boje!” de Vercelli, además se adhiere al Partido del Trabajo Italiano, que abarca a socialistas legalistas y antiparlamentarios. Participa en el congreso de Bolonia de 1888. En el primer número de “¡La Boje!” hace su presentación: “¿Quienes somos? Un puñado de rebeldes, hijos de la revolución, nacidos para la revolución”. (6)

Es muy activo en las luchas obreras y campesinas entre Piamonte y Liguria. Desde joven estaba llamado a ser un figura. Su aspecto físico y su presencia revelaban la personalidad: alto, robusto, vestido elegantemente, y el aspecto fiero lo hacían parecer severo. Pero lo que más impacta y preocupa a la policía es el hecho de ser un orador excepcional. Su vibrante voz es capaz de tocar las fibras de todos los explotados que lo escuchan.(7)

Perseguido por la policía, se ve obligado a refugiarse en París, un lugar central para la subversión trasnacional. Aquí se reúne con varios militantes; Malatesta, Paolo Schicchi, Saverio Merlino, Galileo Palla y Amilcare Cipriani. Participa en las protestas del 1° de Mayo, y es probablemente uno de los autores del volante incendiario que incita a los trabajadores a utilizar la vía armada e imponerse con violencia para vencer definitivamente.(8) Fue encarcelado y posteriormente expulsado, entonces se dirige a Luxemburgo y llega a Suiza, donde establece estrechas relaciones con Elisée Reclus. un afamado geógrafo y teórico del anarquismo, el cual lo hospeda por meses e influye en su formación con su analogía entre naturaleza y anarquía, en donde la naturaleza es sinónimo de armonía, equilibrio y anarquía, según su lema; “La anarquía es la máxima expresión del orden”. Por ello, comprende que la historia es un proceso de evolución y revolución (en el que la segunda es la aceleración de la primera) enmarcándose dentro del proceso de desarrollo y progreso, cuya última etapa es precisamente la anarquía.(9)

Dicha filosofía influye en Galleani de dos maneras. En primer lugar, fortalece la idea de que la destrucción es el primer paso para liberarse de todos esas construcciones antinaturales que oprimen a la humanidad y abre el camino a la anarquía. En segundo lugar, sugiere que la gente – anarquista – no necesita estructuras artificiales para organizarse ya que pueden cooperar mutuamente.

En enero de 1891 participa en el congreso de Capolago donde ochenta delegados debaten por tres días, aprobándose un manifiesto y un programa socialista revolucionario (anarquista), elaborado por Malatesta, Merlino, Gori, Pellaco, Cipriani y el mismo Galleani, en el que se señala a la revolución como el único medio para eliminar la opresión social y así alcanzar el socialismo, rechazando el parlamentarismo. Los delegados no adoptan una estructura estable, simplemente nombran comités regionales sin capacidad de decisión, respetando así los principios de libertad y autonomía de grupos e individuos con respecto a la organización, establecidos en el Congreso St Imier de 1872. (10)

En Capolago también se decide reavivar la agitación revolucionaria, con ocasión del 1° de mayo, designándose a Cipriani y Galleani como oradores encargados de hacer recorridos propagandísticos por la península. El arte de la oratoria en Galleani se considera la mejor manera de provocar en los trabajadores la acción. (11) Así, viajan por Italia realizando cientos de mítines y conferencias, a pesar de los obstáculos puestos por la policía.

Un viaje, pero no vacacional

En 1892, junto con Pietro Gori, representa a los anarquistas en el Congreso de Génova del Partido Obrero Italiano, convertido luego en Partido Socialista Italiano, donde tiene un papel fundamental en el rompimiento con los socialistas legalistas.

Menos de dos años después, entre diciembre de 1893 y enero de 1894 explota la revuelta, en Sicilia primero, después en Lunigiana y Carrara. Galleani es arrestado por asociación delictiva, es decir anarquista. El proceso tiene lugar cuando la represión contra los responsables de la insurrección está en su punto culminante. Es condenado a tres años de prisión y cinco de destierro en Pantelleria y Favignana. La vida en estas colonias penitenciarias, en las islas mediterráneas, es tan difícil como en cualquier cárcel, con cientos de prisioneros sometidos a la violencia de los guardias, que provocan innumerables actos de rebelión. Durante su estancia en Pantelleria se las arregla para establecer una escuela racionalista en la población (12) para enseñar a jóvenes de la isla. Vive por su cuenta, y conoce a María Rallo, una rebelde local de veinticinco años que lo acompañará a los Estados Unidos (13). También se hace amigo de Andrea Salsedo que se unirá en sus proyectos más allá del océano. (14)

Mientras tanto en el continente, socialistas, republicanos y anarquistas, se manifiestan por la liberación de los cientos de prisioneros políticos confinados en el archipiélago. El Partido Socialista decide postular a los presos más reconocidos como candidatos al Parlamento con el objetivo de liberarlos, incluyendo a Galleani, a pesar de su oposición. Son nominados en julio de 1897. (15) En respuesta a esta táctica impuesta, algunos anarquistas de Pantelleria, Ponza, Ventotene y Lampedusa editan el número único de “I Morti”, el 2 de noviembre de 1898, en el que destaca el artículo de Galleani titulado “Immota Fides”, donde expresa, una vez más, que los anarquistas nunca aceptarían la liberación a cambio de participar en elecciones. Este artículo indica claramente su firmeza e influirá en sus compañeros, especialmente en los más jóvenes. (16)

A finales de 1899, después de tres años preso, escapa de Pantelleria y se marcha a Túnez, luego a Alejandría, y posteriormente a el Cairo, gracias a una red de apoyo que interviene en la operación. Dicha red se extiende desde Paterson a Londres (Reclus) pasando por Túnez (Emidio Recchioni) y Nápoles (Niccolò Converti).

A inicios de siglo, el pensamiento de Galleani ha madurado, sus convicciones son más firmes que nunca. (17) Además de Reclus, Kropotkin influyó profundamente en sus ideas. Desde 1877 Reclus y Kroptkin son buenos amigos, ambos geógrafos, comparten el mismo enfoque naturalista de la anarquía. incluso en Kroptkin sus convicciones se corresponden con la ciencia, en base a la solidaridad y la cooperación, exactamente lo opuesto al dominio. Aquí también la ciencia y la anarquía coinciden con el progreso, visto en términos de cierto determinismo científico e histórico, aunque no marxista. Sus observaciones sobre la vida de los animales y las personas, revelan que el “apoyo mutuo” es un importante “factor de la evolución” que prevalece en todos los niveles de vida animal y humana, a pesar de los conflictos existentes y el surgimiento del Estado, que en sí mismo es autoritario y opresivo. El apoyo mutuo es también la base de la ética, ya que cada persona depende del otro, y considera los derechos de los demás iguales a los suyos. (18)

Basado en las concepciones de Reclus y Kroptkin, Galleani está convencido de que cualquier organización artificial o formal es autoritaria por esencia, pues lleva a los individuos a asociarse en contra de la anarquía y de la naturaleza. Esta es la base de su ser antiorganizador. También comparte con Kroptkin la idea de que la historia es una lucha continua entre libertad y autoridad. La reafirmación completa de la libertad solo puede lograrse a través de una revolución social capaz de expropiar a la burguesía, destruir el Estado y establecer el comunismo que liberará a todos los explotados. (19)

Estos elementos cuentan con un factor de apoyo más, el del derecho a la revuelta, que en la militancia anarquista se convierte a veces en un deber.

Anarquismo antiorganizador

Galleani aún está en el Cairo cuando, el 29 de julio de 1900, Gaetano Bresci atenta de muerte contra Umberto I. Debe sentirse orgulloso del acto de su compañero, considerando su entusiasmo por las acciones individuales de la propaganda por el hecho. Los años ochenta y noventa del siglo XIX están marcados por una serie de asesinatos hacia gobernantes. Un grito de ira contra la miseria y la represión policial atravesó Europa: nombres como Ravachol, Léon-Jules Léauthier, Auguste Vaillant, Emile Henry, Sante Caserio, Paulino Pallas, Paolo Lega, Pietro Acciarito, Sofia Perowskaia, Michele Angiolillo, Luigi Lucheni, Clement Duval, etc. Los anarquistas están a la vanguardia, en un momento en que la revolución social parece ser cuestión de meses. El mismo Kropotkin estuvo a favor de la propaganda por el hecho en su juventud. Galleani siempre recordará estos nombres en la prensa anarquista y en sus discursos, mostrándolos como un ejemplo a los camaradas. (20) Para él, todo acto individual puede llegar a ser el comienzo de un levantamiento colectivo y debe considerarse un preludio del movimiento insurreccional de las masas.

Se establece en el Cairo durante aproximadamente un año y, después de un breve paso por Londres, llega a Nueva York en Octubre de 1901. Un mes antes, el 6 de septiembre, el anarquista León Czolgosz mata al presidente de los Estados Unidos, Mckinley, en Búfalo, por lo que es ejecutado en la silla eléctrica el 29 de Octubre.

Galleani se encarga de la redacción del periódico “La Questione Sociale”, anteriormente dirigido por Giuseppe Ciancabilla y posteriormente por Errico Malatesta, al asentarse en Paterson. Sin embargo, no permanece mucho tiempo, pues inicia con recorridos propagandísticos por Pensilvania, Connecticut y Vermont. Regresa a Paterson para apoyar la masiva huelga de la industria de la pintura en 1902. Para Galleani, el valor verdadero de las huelgas no está en obtener reformas o mejoras salariales, sino en la posibilidad de experimentar el boicot, el sabotaje y la revuelta. La huelga general insurreccional es el objetivo de su actividad revolucionaria. Durante meses incita a los trabajadores de Paterson desde las columnas de “La Questione Sociale”, también con folletos, carteles y conferencias. Entre junio y julio de 1902 la revuelta estalla, las fábricas de pintura son atacadas y destruidas. Galleani está en la primera línea de combate cuando un disparo lo hiere. Es buscado por la policía, por lo que se refugia en Montreal.

Desde su llegada a los Estados Unidos se aclaran los rasgos del anarquismo antiorganizador. No se desea la creación de organizaciones estables, ni políticas (federaciones anarquistas) ni económicas (sindicatos). A pesar de que algunos compañeros le aconsejan unirse a asociaciones obreras para influenciarlas con su propaganda, él desconfía enormemente de agrupamientos y líderes sindicales. Su visión es tan influyente entre los anarquistas italianoamericanos que, a pesar de ser el grupo étnico más vigoroso tanto en número como en implicación militante, nunca participaron notablemente dentro del movimiento obrero organizado. (21)

Por lo tanto, el propósito es organizar al movimiento, no a través de estructuras formales, sino con la pluma y la voz, es decir, con publicaciones, reuniones y mítines. Cuando habla, sus compañeros son asaltados por una personalidad magnética: toca su alma, hasta el punto de que muchos admiten que “sus propios pensamientos salen de aquellos labios”. (22)

Si muchos anarquistas aprecian la claridad de sus palabras, otros (sobre todo analfabetas) aceptan no entenderlas del todo, pues son demasiado “filosóficas”, pero escuchan con entusiasmo ya que es capaz de transmitir emociones y esperanzas. (23) “Después de escuchar a Galleani estás dispuesto a dispararle al primer policía que encuentres.” Hay cierta exageración en este testimonio de un joven militante, pero muestra la influencia que ejercía. (24) Dentro del movimiento, las conferencias y las reuniones van de la mano con actuaciones teatrales, conciertos, bailes, juegos y paseos en el bosque. Todos esos momentos son fundamentales para dar vida a una sociabilidad subversiva y fortalecer la solidaridad entre ácratas. (25) Para los galleanistas, la solidaridad concreta es la auténtica sustancia del anarquismo, que reemplaza a la organización formal.

En 1903, Galleani regresa ilegalmente a los Estados Unidos. Se establece en Barre, Vermont, donde comienza a editar un nuevo e incendiario periódico, “Cronaca Sovversiva”, que sacudirá el espíritu insumiso de los militantes jóvenes y pronto se convertirá en una herramienta esencial para organizar al movimiento. Da voz a las luchas obreras e ideas anarquistas contra el Estado, la Iglesia, el ejército, la familia y cualquier autoridad. Ofrece información de las acciones de compañeros en varias partes de un extenso territorio, se difunde a través de una sólida red de comunicación que vive gracias a las suscripciones de militantes y simpatizantes que se conocen especialmente durante los paseos por el bosque, las obras teatrales, las reuniones, etc. De estos elementos se entiende por qué Armando Borghi sostiene, recordando a los galleanistas, que los “antiorganizadores eran el grupo más organizado”. (26)

A principios del siglo XX la tendencia anti-organización está extendida no solo en los Estados Unidos, sino también en Italia. En contraste, como se mencionó al principio, el proceso organizacionista para crear una estructura nacional iba con lentitud, alcanzando sus primeros resultados hasta 1919. Entre los llamados organizacionistas se encuentran Errico Malatesta y Luigi Fabbri, creen que una estructura amplia, respetuosa del principio de autonomía, es más eficaz para provocar la revolución social. Además piensan que una organización formal es capaz de neutralizar, o limitar, la función de los líderes y la tendencia a acumularse el poder en unas cuantas manos, de la que incluso los anarquistas no logran escapar. En teoría, el único órgano de toma de decisiones son las asambleas, o congresos, donde se establecen comisiones que únicamente poseen poder de coordinación, como facilitar las relaciones entre los diferentes grupos. Por ejemplo, en el congreso se establece una dirigencia periódica para el movimiento, siguiendo así un mecanismo que puede definirse como “democracia directa”.

“Cronaca Sovversiva”

Por el contrario, Galleani está convencido de que cada organización está basada en dos posiciones, la delegación y la centralidad, que son equivalentes al parlamentarismo y al gobierno. Es por eso que los galleanistas repetidamente se niegan a constituir una federación anarquista en Estados Unidos. (27) “Un partido, cualquiera que sea el partido, posee un programa que es su carta constitutiva; tiene en las asambleas de delegados, de grupos o secciones, su parlamento; en los órganos rectores, juntas o comités ejecutivos, está su gobierno. En definitiva, es una superposición gradual de órganos con una auténtica jerarquía en diversos niveles, que poseen un vínculo: la disciplina. Infringirla se sanciona con penas que van del regaño, la excomunión, a la expulsión”

Los galleanistas identifican este proceso burocrático como el verdadero peligro de cualquier organización. Por eso dirá el compañero Guy Liberti: “Entiendo los peligros de la organización. Cuando una organización es adulta se vuelve conservadora, pero cuando alcanza su plena madurez se hace reaccionaria. Esto es para todas las organizaciones”. (29)

No obstante, rechazar la organización formal deja el campo abierto a otros mecanismos de poder relacionados con conceptos como carisma y liderazgo. “Galleani era el alma del movimiento”, dirá un anti-organizador declarando que su personalidad era en sí una herramienta organizativa. (30) Sus compañeros son conscientes de su importancia para el movimiento, así que lo apoyan económicamente durante años permitiendo se dedique completamente a la propaganda.

Al negarle cualquier valor a la organización formal, se evita que las decisiones importantes se tomen en congresos “oficiales”, sino en reuniones, más o menos limitadas: la cuestión es sutil pero no de poca importancia. En teoría, en un congreso “formal” diferentes posiciones tienen el mismo derecho de ser discutidas abiertamente, esto no siempre está garantizado en espacios más restringidas o, diríamos hoy, “informales”. Tal diversidad de métodos tienen un peso decisivo; por ejemplo, en quien debe administrar el periódico del movimiento. Un principio importante para los anarquistas es el de la rotación de las asignaciones, un principio no fácil de respetar o casi completamente desatendido por los antiorganizadores: “Cronaca Sovversiva” lo editó por más de quince años Galleani, y más tarde será su “heredero”, Raffaele Schiavina, quien dirigirá “L’Adunata dei Refrattari” durante cincuenta años consecutivos. (31)

Se plantean problemas similares en torno a los comités de apoyo a presos y en la gestión del dinero recaudado. Entre los anarquistas italo-americanos hay varias controversias sobre este tema. En general, la ausencia de una organización formal contribuye tanto a la falta de rotación en la toma de decisiones, como a aumentar los chismes y las “voces de corredor” que son siempre dañinas para los movimientos revolucionarios.

Buscado por la policía, Galleani vive clandestinamente en Barre durante años, protegido por un célebre grupo emigrado de Carrara, implicado con “Cronaca Sovversiva”, que logra vincular a grupos italianos en muchos rincones del mundo, desde los Estados Unidos a Europa, de África del Norte a Sudamérica y así hasta Australia.

En 1905, se imprime ¡La salud esté con ustedes! “un sencillo panfleto para todos aquellos compañeros que desean educarse” – se lee en “Cronaca Sovversiva” – de cubierta roja con la imagen de Ravachol, es en realidad un manual de explosivos compilado por Ettore Molinari y redactado por Galleani. La dinamita será eficazmente usada por el movimiento en los años venideros.

En el mismo año de 1905, Galleani se dirige a Francia donde permanece por un corto tiempo en el vano intento de crear algún hecho insurreccional. En los Estados Unidos comienza una larga ronda de conferencias (32), pero en diciembre de 1906 es detenido por la huelga de Paterson sucedida cinco años antes. Arrestado en New Jersey es procesado en abril de 1907. Se niega a jurar frente a la biblia, pese a ello es exonerado.

Tras su liberación, e inmediatamente después del Congreso Anarquista de 1907, escribe para “Cronaca Sovversiva” varios artículos titulados “¿El fin del anarquismo?” en respuesta a la entrevista publicada en “La Stampa” por Francesco Saverio Merlino, anarquista convertido al socialismo. Para Merlino el movimiento anarquista no tiene futuro; disminuido y casi completamente absorbido por el Partido Socialista. Al respecto escribe Paul Avrich años más tarde, “Galleani apoya las razones del comunismo anarquista contra el socialismo reformista, exaltando sus valores de espontaneidad, diversidad, autonomía e independencia, autodeterminación y acción directa en un mundo cada vez más conformista.” (33) Estos artículos tienen un gran eco dentro y fuera del movimiento y contribuyen a aumentar aún más el carisma de Galleani. Tal vez su pluma sea aún más poderosa que su voz. La controversia continúa con los socialistas parlamentarios y reformistas, adquiriendo mayor notoriedad entre los antiorganizadores, convirtiéndose en uno con esa militancia comprometida en el uso del manual de explosivos como señal inequívoca.

En 1910 surge la primera revolución del siglo XX, en México, a la que muchos anarquistas italo-americanos se unen con entusiasmo. Algunos mantienen el apoyo a los revolucionarios, aunque otros están decepcionados de la experiencia. Galleani es una voz crítica, incluso severa, contra Emiliano Zapata, Ricardo Flores Magón y su periódico Regeneración, acusando al Partido Liberal Mexicano de ser un partido más burgués que revolucionario. (34)

Cuando la polémica sobre la validez de la revolución mexicana todavía está fresca, en 1912, el ejército italiano invade Libia. Galliani se dedica a hacer campaña contra la guerra. (35) Ese mismo año “Cronaca Sovversiva” se traslada a Lynn, en Massachusetts. Galleani participa frecuentemente en conferencias: de 1912 a 1915 hace cientos de charlas, especialmente contra la guerra y los nacionalismos, en Massachusetts, Connecticut, Pensilvania, Ohio, Illinois, Colorado y California. En los momentos de ausencia deja el periódico en manos de Antonio Cavallazzi y Constante Zonchello.

Cuando la Primera Guerra Mundial estalla, en 1914, aumenta su actividad antimilitarista: Continúa haciendo conferencias y mítines, escribe decenas de artículos para “Cronaca Sovversiva” y otros periódicos anarquistas impresos en Italia, entre otros “L’Agitatore” de Boloña y “Volontà” de Ancona, dirigidos por Malatesta. (36) Por motivo de la guerra, rompe con Kropotkin y Cipriani, pues estos se alinean del lado francés en la guerra contra Alemania. Galleani rechaza cualquier guerra que no sea la guerra social, y una vez más da voz a las posturas anarquistas con el famoso lema “¡Contra la guerra, contra la paz, por la revolución social!”. (37)

Perseguido, arrestado, y liberado

Conjuntar la propaganda antimilitarista con la difusión de conflictos sociales coloca a Galleani siempre en primera línea. Son años extremadamente violentos, por lo que debe lidiar con la constante represión de la policía local, nacional y privada. El 20 de abril de 1914 es la masacre de Ludlow, que provoca una serie de protestas y sublevaciones por todo el país, con los anarquistas italianos protagonizando. (38)

El estallido de la gran guerra, la consiguiente intervención estadounidense, y la firme oposición al militarismo de los antiautoritarios debilitan las luchas sociales. Ha regresado recientemente de una gira propagandística por Pensilvania, en apoyo a una huelga minera, cuando (en octubre de 1916) fue arrestado acusado de incitar a la rebelión. Liberado con una fianza de diez mil dólares – pagada por sus colegas – comienza una nueva ronda de conferencias en Míchigan que lo mantiene ocupado hasta fin de año. La situación para los anarquistas se ha vuelto cada vez más crítica desde abril de 1917, fecha en la que Estados Unidos entra en el conflicto mundial. Es así que el congreso legislativo decreta la obligación para todo residente en suelo estadounidense a alistarse en el ejército. Para Mayo, Galleani escribe el artículo ¡Alistado!, sugiriendo a los compañeros eviten el alistamiento, ya que aprecia un primer paso hacia la conscripción obligatoria. (39) La policía prohíbe la expedición postal de “Cronaca Sovversiva”, registra las oficinas, como lo hace con la casa de Galleani, que es arrestado acusado de conspirar contra el llamado a las armas. Sale bajo fianza (trescientos dólares). “Cronaca Sovversiva” continúa circulando, primero a través de un correo privado y luego por medios propios, incluso en motocicleta. Las oficinas de los grupos galleanistas, diseminadas alrededor de Estados unidos, son allanadas varias veces durante 1917 y 1918 . El mismo Galleani es arrestado otra vez en Mayo, y nuevamente liberado. En Julio, las autoridades declaran ilegal a “Cronaca Sovversiva”, sin embargo, se imprimen dos números más clandestinamente.

Finalmente, en octubre de 1918, el congreso vota la expulsión de todo extranjero residente que se identifique como anarquista. El 24 de julio del siguiente año, Galleani será deportado a Italia, dejando atrás a su pareja y a cinco hijos. (40) En respuesta a la deportación, sus compañeros lanzan una operación de ataques con paquetes bomba, que son enviados a decenas de autoridades estadounidenses responsables de la represión contra el movimiento. (41)

Es arrestado al desembarcar en Génova, pero fue liberado rápidamente gracias a la presión de los trabajadores portuarios. (42) Los años del Bienio Rojo han culminado: los militantes italianos piden a Galleani se haga cargo de la redacción de un nuevo periódico, “Umanità Nova”, pero se niega. En 1920, se traslada a Vercelli y luego a Torino, donde comienza una nueva etapa de “Cronaca Sovversiva”. Sigue colaborando con anarquistas de todas las tendencias, incluidos los organizadores, además mantiene una gran relación con Malatesta, al que le tiene gran estima, aunque critica la fundación de la Unión Anarquista Italiana, durante la conferencia de Bolonia en julio de 1920. (43)

Se ve obligado a esconderse, pues la policía lo persigue por el contenido de sus artículos. Se le detiene y enjuicia; recibe una condena de año y medio. Es liberado en Diciembre de 1923, tiene 64 años de edad y padece diabetes. Estaba dedicado en revisar los artículos de debate con Merlino, y en completar la traducción italiana de las memorias de Clement Duval, (44) cuando lo detiene la policía de Mussolini y lo confina en Lipari. (45) Fue liberado hasta 1930, aunque bajo vigilancia estrecha. Se establece con Pasquale Binazzi y Zelmira Peroni en Caprigliola, donde muere el 4 de noviembre de 1931. (46)

El Hereje, G. Pimpino, El Vecc, Mentana, Minin: son algunos de los seudónimos que utilizó, aunque Galleani siempre fue el mismo, coherente con el ideal de la anarquía e irreductible. La determinación extrema con la que defendió su anarquismo, y su comportamiento ejemplar frente a la autoridad son elementos que lo hicieron admirado por al menos dos generaciones de anarquistas. Después de su muerte, decenas de sus artículos se reimprimieron en Estados Unidos primero, y luego en Italia. (47) Otra señal de lo importante que fue su figura. “¡Era realmente un maestro, un gran orador: era el mejor!”, afirmó uno de sus compañeros. (48) En estas palabras simples está encerrado todo el peso de su carisma.

 

Antonio Senta

Notas:

  1. Agradezco a Tomaso Marabini por el importante apoyo historiográfico brindado.
  2. Pier Carlo Masini, Gli Internazionalisti. La Banda del Matese 1876-1978 (Milano-Roma: Edizioni Avanti!, 1958), p. 129.
  3. Pier Carlo Masini, La Prima Internazionale, in Maurizio Antonioli e Pier Carlo Masini, Il sol dell’avvenire. L’anarchismo in Italia dalle origini alla Prima Guerra Mondiale, (Pisa: Biblioteca Franco Serantini, 1999), p. 15.
  4. Per una sua biografia cfr. Ugo Fedeli, Luigi Galleani. Quarant’anni di lotte rivoluzionarie 1891-1931 (Catania: Centrolibri 1984, prima ed. Cesena: Antistato 1956). Vedi anche Pier Carlo Masini, La giovinezza di Luigi Galleani, “Movimento Operaio, Milano, a. VI, n. 3, maggio-giugno 1954; Paolo Finzi, Antologia di storia anarchica, “Volontà”, Pistoia, marzo-aprile 1975, pp. 122-126; Camillo Levi [Paolo Finzi], L’anarchico dei due mondi, “A Rivista Anarchica”, Milano, aprile 1974; Redazione, Anarchist graffiti, “A Rivista Anarchica”, Milano, estate 1979. Paolo Finzi, L’eredità di Luigi Galleani, “A Rivista Anarchica”, Milano, ottobre 1981.
  5. Pier Carlo Masini, La Prima Internazionale cit.
  6. Luigi Galleani, Chi siamo?, “La Boje!”, Vercelli, 25 maggio 1885.
  7. Casellario Politico Centrale, Archivio Centrale dello Stato, Rome, fasc. Luigi Galleani.
  8. Gli anarchici al popolo in occasione del 1°Maggio, Paris, 1890, Service Historique de la Défense, Paris, archive N (IIIeme République 1872-1940), folder 7 N 1363.
  9. Elisée Reclus, Évolution et révolution, Genève, 1880; Elisée Reclus, L’Anarchie, Bruxelles, 1895.
  10. Giampietro Berti, Errico Malatesta e il movimento anarchico internazionale 1872-1932 (Milano: Franco Angeli, 2003), pp. 165-169.
  11. Luigi Galleani, Figure e figuri (Newark: Biblioteca de “L’Adunata dei Refrattari”, 1930), p. 182.
  12. Cfr. L’anarchico Galleani da Pantelleria a Favignana, “L’Avanti!”, Roma, p. 2.
  13. Natale Musarra, Una storia d’amore e di anarchia, “Sicilia Libertaria”, Ragusa, aprile 2007, p. 5.
  14. Cfr. “L’Avvenire Sociale”, Messina, 1901-1902.
  15. Cfr. Il comizio a favore della candidatura di Galleani, “Avanti!”, Roma, 20 marzo 1897, p. 3.
  16. Armando Borghi, Fermezza anarchica, “Umanità Nova”, Roma, 3 aprile 1960.
  17. Cfr. Melchior Seele [Raffale Schiavina], A fragment of Luigi Galleani’s life, in Marcus Graham, edited by, Man! An Anthology of Anarchist Ideas (Orkney: Cienfuegos press, 1974). http://www.katesharpleylibrary.net/d51cvp.
  18. Giampietro Berti, Determinismo scientifico e mutuo appoggio: Pëtr Kropotkin, in Giampietro Berti, Il pensiero anarchico dal Settecento al Novecento (Manduria-Bari-Roma: Lacaita, 1998), pp. 293-370. Cfr. anche Pëtr Kropotkin, The Scientific Basis of Anarchy, “The Nineteenth Century”, XXI, febbraio 1887, pp. 238-58.
  19. La primera edición de “El Apoyo Mutuo” es del 1902, pero tales concepciones circulan en la prensa anarquista una decena de años antes. Las ideas de comunismo anarquista y de interdependencia entre anarquismo, ciencia y evolución remontan a 1880.
  20. Cfr. Mentana, Faccia a Faccia col nemico. Cronache giudiziarie dell’anarchismo militante (East Boston, Mass: Gruppo Autonomo, 1914 e ristampato da Galzerano nel 2001).
  21. Paul Avrich, Anarchist voices. An oral history of anarchism in America (Oakland-Edinburgh, AK Press: 2005), p. 316.
  22. Cfr. Catina Willman e Concetta Silvestri, in Paul Avrich, Anarchist voices cit., pp. 111, 107. Vedi anche L’Adunata dei Refrattari, Il pensiero anarchico di Luigi Galleani, “L’Adunata dei Refrattari”, Newark, 5 novembre 1949; Jospeh Moro, Bartolomeo Provo, Harry Richal, Elide Sanchini, Alberico Pirani, in Paul Avrich, Anarchist voices cit., pp. 113, 117, 129, 138, 142; Paul Ghio, L’anarchisme aux Etats Unis (Paris: 1903), pp. 140-142.
  23. Alberico Pirani, in Paul Avrich, Anarchist voices cit., p. 142.
  24. La célebre frase de Carlo Buda, hermano de Mario Buda, referida por Charles Poggi, en Paul Avrich, Anarchist voices cit., p. 132.
  25. Sobre las dinámicas de los “socialistas subversivos” en particular en el área de Nueva York, la tesis de licenciatura de Marcella Bencivenni, Italian American radical culture in New York city: the politics and arts of the sovversivi, 1890-1940 (The City University of New York: 2003).
  26. Referido por Valerio Isca en Paul Avrich, Anarchist voices cit., p. 147.
  27. Cfr. “Cronaca Sovversiva”, Barre, Vermont, 18 gennaio 1908.
  28. Luigi Galleani, La fine dell’anarchismo? (Newark: edizione curata da vecchi lettori di “Cronaca Sovversiva”, 1925), p. 45.
  29. Guy Liberti, in Paul Avrich, Anarchist voices cit., p. 157.
  30. Ibidem.
  31. Sull’attività de “L’Adunata dei Refrattari” e sugli stretti legami con “Cronaca Sovversiva” cfr. I fondatori, Ricordi di casa nostra. Nel XXV anno de “L’Adunata”, “L’Adunata dei Refrattari”, New York, 13 aprile 1946, p. 1; Venticinque anni di vita e di battaglia, “L’Adunata dei Refrattari”, New York, 12 aprile 1947, p. 1; O. Maraviglia, L’anniversario, “L’Adunata dei Refrattari”, New York, 22 aprile 1950, p. 1; Tino, Compleanno 1922-1952, “L’Adunata dei Refrattari”, New York, 12 aprile 1952, p. 1;
  32. Para un recuento de su actividad propagandística, cfr., Vico Covi, La propaganda del compagno G. Pimpino a Philadelphia, Pa., “Cronaca Sovversiva”, 22 dicembre 1906.
  33. Paul Avrich, Review of Luigi Galleani, The End of Anarchism?, “Black Rose”, Boston, inverno 1983.
  34. Para entender mejor los términos de esta polémica, consultar “Régeneracion sezione italiana”, dirigido por un ex colaborador de Galleani, Ludovico Caminita. http://www.archivomagon.net/Periodico/RegeneracionItaliano/RegeneracionItaliano.html.
  35. Cfr. Mentana [Luigi Galleani], Madri d’Italia! Per Augusto Masetti (Lynn, Massachusetts: a cura della “Cronaca Sovversiva” e degli anarchici di Plainsville, Pa., 1913). Nel 1912 Galleani edita anche tre numeri di “Balilla”, un periodico antimilitarista per ragazzi.
  36. Questi articoli sono raccolti nel volume Una battaglia (Roma: Biblioteca de L’Adunata dei Refrattari 1947).
  37. Cfr. “Cronaca Sovversiva”, Lynn, Massachusetts, 3 aprile 1915.
  38. [Ugo Fedeli], Un trentennio di attività anarchica 1914-1945 (Cesena: L’Antistato, 1953), pp. 121-123.
  39. Mentana [Luigi Galleani], Matricolati!, “Cronaca Sovversiva”, Lynn, Massachusetts, 26 maggio 1917.
  40. Cfr. Paul Avrich, Sacco and Vanzetti. The anarchist background (Princeton, New Jersey: Princeton University Press 1991), Luigi Galleani ad nomen.
  41. Ibidem, pp. 137-148. Vedi anche una delle prime scene del film J. Edgar di Clint Eastwood (2011).
  42. Gli Editori, Prefazione, in Luigi Galleani, Una battaglia cit., pp. XII.
  43. Minin [Luigi Galleani], Attenti ai mali passi!, “Cronaca Sovversiva”, Torino, 17 luglio 1920.
  44. Luigi Galleani, La fine dell’anarchismo? cit.; Clemente Duval, Memorie autobiografiche (Newark: Biblioteca de “L’Adunata dei Refrattari” 1929).
  45. Según reporta Paul Avrich, en los años veinte Galleani logra regresar a los Estados Unidos por un breve periodo, rencontrándose con su familia.
  46. L’Adunata, È morto Luigi Galleani, “L’Adunata dei Refrattari”, 14 novembre 1931.
  47. Adicionalmente a los libros ya citados, cfr.: Aneliti e singulti (Newark: Biblioteca de “L’Adunata dei Refrattari” 1935); Mandateli lassù! (Cesena: Antistato 1954); Metodi della lotta socialista (Newark: “L’ Adunata dei Refrattari” 1972); Alcuni articoli dalla sua “Cronaca Sovversiva”, Pistoia: Archivio Famiglia Berneri 1984). Per una sua bibliografia, cfr. Ugo Fedeli, Luigi Galleani cit., pp. 124-131.
  48. Harry Richal, in Paul Avrich, Anarchist voices cit., p. 129.

 

Hacia la insurrección permanente: por la radical destrucción de lo existente

“Cara a cara con el enemigo, sin mediaciones ni gestorías: he ahí la divisa y el
emblema de una práctica de intervención, orientación y potencialidad
anarquista”

Rafael Spósito

Digámoslo de esta manera: tal vez no es más que una simple cuestión de “fe”, pero tomamos nota de que no hay más sordo que quien no quiere oír ni más ciego que quien se niega a ver; por lo tanto,sabemos que es una batalla perdida de antemano –y energías desviadas del ataque– tratar de persuadir a los eternos guardianes de las “sagradas escrituras” en torno a la urgencia de renovación de nuestra teoría y nuestra práctica con una redefinición actualizada de nuestros trazos. Esos que no oyen ni quieren ver la necesidad de un nuevo rumbo anárquico en el contexto contemporáneo –frente a la reestructuración del capitalismo y el Estado, bajo el reino de las nuevas tecnologías–, son quienes engrosan hoy el conjunto de obstáculos que enfrenta el presente desarrollo del anarquismo.

Aquellos que aún permanecen anclados al modelo tradicional del “anarquismo clásico”, en sus organizaciones de síntesis y/o en partidos especificistas–estructurados de manera rígida en verdaderos aparatos burocráticos donde, inevitablemente, delegan estudios de “coyuntura” y elaboran conclusiones, instruyendo desde el púlpito qué hacer para frustrar el avance de la dominación–, ya no nos aportan nada con su visión ideologizada y su versión mediatizada de la lucha ácrata. Mientras no terminen como informantes y/o secuaces confesos del presente histórico-social, deberían sernos completamente indiferentes, excepto por la función que desempeñan en términos de propaganda (completamente opuesta a nuestras reflexiones).

Cada vez es más evidente el prejuicio ideológico de estos “sordos” y “ciegos” contra la tendencia insurreccional, con especial pedantería contra la organización informal, no sin dejar de hacer caprichosas distinciones entre un pretendido “informalismo bienhechor”–mucho más tolerable– que invita a la difusión comunitaria del apoyo mutuo y otro, sumamente inaceptable y consecuentemente insurreccional que incita constantemente al ataque contra la dominación y «pone en peligro al “movimiento” en general y al “anarquismo organizado” en específico».

Contrario a los prejuicios de las organizaciones rígidas y su ideología trasnochada, centramos nuestro interés en todas esas negaciones en movimiento; enfocamos nuestra mirada en el conjunto de tensiones anárquicas emergentes –desde las y los lobos solitarios anarconihilistas hasta el insurreccionalismo queer, por poner un par de ejemplos concretos– que estudian al enemigo para saber inmediatamente dónde golpearlo con todas sus fuerzas. Tensiones que, utilizando el lenguaje actual que parece haberse arraigado en esta porción de la galaxia anárquica, se identifican con el denominado “anarquismo de acción”, es decir, con la informalidad organizacional y la práctica insurreccional permanente.

Sin embargo, dentro de nuestro propio universo, frecuentemente se utilizan conceptos que –ya sea como reafirmación identitaria o, con la intención de distinguirnos de las demás luchas y/o deslindarnos del inmovilismo prevalente– a veces crean más confusión en la escena, envolviendo en una espesa niebla ese mínimo de claridad indispensable para el avance de la guerra anárquica y la forja de un sustrato común.

En este sentido, es posible situar, a partir de esta suerte de “cosmovisión”, desplazamientos y reubicaciones conceptuales que, en conjunto, implican un giro que tal vez quepa calificar de “radical” y que, de hecho, intenta reorganizar el campo de entendimientos y significaciones. Empero, en ocasiones topamos con verdaderas desvirtuaciones que, sin proponérselo, dejan de acompañar su aliento insurreccional de la reafirmación intransigente de nuestros principios. Así las cosas, continuamente encontramos como el propio concepto de “anarquismo de acción” a veces es reducido a su mínima expresión.

Definitivamente, la acción anárquica no puede diseccionarse como si se tratara de una zanahoria que intentamos cortar en rodajas, cada una de las cuales es digerible o no en su aislamiento. Cualquier acción anarquista, desde la perspectiva del anarquismo de praxis, implica un conjunto de factores –análisis e identificación del enemigo, evaluación general del proyecto (del que se puede ser parte), ataque y; luego, sistematización y elaboración de teoría a partir de la experiencia práctica, etc., lo contrario, sería restringir nuestra lucha a la limitada actuación de un grupo de especialistas. Por eso, consideramos apropiado que el concepto de “anarquismo de praxis” incluya este conjunto de factores, y no solo la “acción destructiva en sí misma”.

Es evidente que el anarquismo de acción es ese que no se queda en la “Idea”, es decir, que no se limita a la elaboración intelectual, sino que se traduce en acciones de ataque concreto al sistema de dominación imperante dándole vida a la Anarquía; no obstante, habría que agregar que a veces no todo lo que está diseñado como una posible “acción concreta” se convierte en un ataque “efectivo”, ya que pueden darse condiciones que impiden su desarrollo.

Definitivamente, el concepto en cuestión no debe circunscribirse a quienes llevan a cabo la acción destructiva, sino que ha de involucrar a todas las y los cómplices que desarrollan un sinfín de quehaceres paralelos facilitando el accionar final: desde la expropiación –proporcionando primero los insumos necesarios para el ataque y, después, facilitando la edición/impresión de materiales teóricos elaborados a partir de la experiencia práctica– hasta el análisis en función de la acción realizada. De tal suerte, el viejo concepto de “acción directa” se enmarca en el mismo razonamiento y, se complementa con la idea de “anarquismo de acción”, ya no reducida a los clásicos esquemas de actuación del (casi) extinto movimiento obrero en torno a la huelga –el sabotaje industrial y el boicot– ni tampoco como una expresión únicamente aplicable a nuestras acciones destructivas sino en tanto característica básica del perfil y posicionamiento anárquico.

De igual forma, existen otros conceptos que se esgrimen a modo de “identidad” que con cierta frecuencia son utilizados de manera confusa. En ese sentido, consideramos que es muy presuntuoso asumirnos como los únicos portadores de ciertos talantes con el propósito de diferenciarnos de los “otros”. Por ejemplo, con el uso impropio de la definición de “anarquista individualista”: acaso pretendemos monopolizar un rasgo que, como anarquistas, es indiscutible que aplica para todos; es decir, que todas las y los anarquistas coincidimos en que ningún grupo humano, sea grande o pequeño, debe
forzar la integración de las personas, por el contrario, consideramos vital incrementar la individualidad, su potencia y sus capacidades. Como anarquistas, estamos conscientes que cualquier “unión”, por muy bien intencionada que sea, siempre requiere la renuncia de los individuos a la plena disponibilidad sobre sí mismos. Al ser únicos –¡no somos iguales!–, cada quien busca asociar lo que tiene en común con las y los demás, no lo que nos distingue y nos separa de los otros, de lo contrario la coordinación sería imposible. Sin embargo, consideramos que sí es viable la coordinación en momentos y situaciones específicas y, con fines previamente concertados, sin renunciar a nuestra autodeterminación táctica y estratégica (precisamente, ese es el propósito de concretar un espacio insurreccional internacionalista).

Por supuesto, siempre se podrá demostrar, particularmente en nuestros días que todo se ha venido clarificando –aunque, no fue así desde el principio–, que nunca ha faltado la actuación de ciertos “anarquistas” (sobre todo en el pasado, pero también en la actualidad) que han impuesto límites absurdos a través de organizaciones burocráticas, repletas de “declaraciones de principios”, “estatutos”, “reglas” y, otras mil restricciones. Empero, a la hora de hacer balance y examinar el pasado, no podemos olvidar las reflexiones de época, es decir, las “mentalidades” prevalentes, las lecturas caducas que se hacían del mundo y el orden que se asignaba al conjunto de cosas y eventos.

Por último, tampoco podemos obviar la fascinación que existía y, lamentablemente todavía existe en ciertos sectores, por el desarrollo cuantitativo –verificable tanto en las organizaciones sindicales como en las de síntesis–, apostando al crecimiento aritmético como si por el sólo hecho de crecer pudieran poseer todas las “positividades”, eliminando a priori cualquier dificultad, incluidas las renuncias, las actitudes autoritarias y las traiciones que surgieron por aquí y por allá en momentos neurálgicos del movimiento anarquista. Ya ni hablar de las desvirtuaciones del “anarco-populismo” que ha venido tomando cuerpo en nuestros días, un coctel ideológico mefítico (ensayado en laboratorio a partir de dos ingredientes: el añejo plataformismo y, una suerte de leninismo posmoderno, mezclados en partes iguales y servido al tiempo) que impulsa “gobiernos progresistas” en nombre del “Poder Popular”.

Desde luego, quizá valga aclarar –para evitar una malinterpretación de lo antes expresado– que cuando señalamos el “uso impropio de la definición de anarquista individualista”, no significa que no reconozcamos la presencia histórica de estas lobas y lobos solitarios al interior de la tendencia insurreccional e informal (capaces de eliminar tiranos y hacer temblar a la dominación –y a la servidumbre voluntaria– de su época) y, sus tremendos aportes al conflicto anárquico, incluso en nuestros días, con sus osadas acciones contra toda autoridad. Nos referimos a ese hincapié improcedente que a veces se hace desde algunos grupos de afinidad, en franca contradicción con sus propios postulados, llegando en ocasiones a enredar más la madeja y a exacerbar diferencias realmente inexistentes en nuestra tendencia.

Otro concepto que con frecuencia también es sacudido y empleado a modo de “remedio universal” es la afinidad. En lugar de entenderse como una práctica “organizacional” frente a las estructuras rígidas de la “organización formal”, ahora se esgrime como criterio “anti-organización” o, a modo de “estructura de convivencia comunitaria” –como plantean algunos “anarco”-liberales desfasados, ante la pandemia de Covid-19, renunciando al ataque–, lo que aumenta la confusión e introduce contradicciones incluso donde no las había (¡y donde no deberían existir!).

En concreto, ha sido en el marco de acontecimientos puntuales del movimiento anarquista y, mediante debates internos que se han ido articulando en diferentes momentos, que el significado de “informalidad” (es decir, de “grupos informales” y/o “organización informal”) ha adquirido su propia especificidad. Tanto es así que, por ejemplo, los “grupos informales” concretos, también han operado al interior de organizaciones sindicales y organizaciones específicas (ejemplo el grupo “Nosotros” en el Movimiento Libertario español). Por lo tanto, es evidente que la informalidad (de los “grupos”) también puede estar contenida dentro de estructuras organizativas rígidas que se consideran “formales” a sí mismas, no tanto y no sólo porque lo asuman en su nombre, sino porque están estructuradas de esa manera, se establecieron con tal fin y, tienen evaluaciones internas y parámetros operativos que persisten más o menos estables en el tiempo, o que cambian según acuerdos establecidos.

En resumen, incluso dentro de la “máquina organizativa formal”, los grupos informales pueden actuar (y han actuado). Sin embargo, es a partir de las dinámicas y debates de las últimas décadas del siglo pasado que el concepto de “informalidad” contrasta como propuesta organizacionalmente válida para ir más allá de los límites y, superar las contradicciones de las históricas organizaciones anarcosindicalistas y del anarquismo especificista de síntesis: la formalización de las relaciones dentro de una maquinaria mastodonte que requiere sus tiempos y energías, con sus obstáculos burocráticos y formas preestablecidas de relaciones, desangra a sus asociados, para colmo, en un sistema que persigue sus propios tiempos a una velocidad cada vez más fuera del alcance humano. En este contexto, la herramienta organizativa se convierte en un fin en sí misma, ¡no en un medio útil para los fines por los que fue concebida! De ahí, la necesidad de dotarnos de nuevas herramientas, nuevas formas de organización, para adecuar la lucha anarquista ante las nuevas estructuras dominantes, mejorando las relaciones inmediatas entre compañeros y compañeras que con su fluidez redefinen las necesidades organizacionales para enfrentar las vicisitudes y las dinámicas interna y externa.

Si bien, la asociación de compañeros y compañeras en grupos de afinidad puede ir mucho más allá de los límites y contradicciones de las estructuras rígidas de las orgánicas sindicalistas o de síntesis – al asentarse en relaciones directas que favorecen, entre otras cosas, el conocimiento personal mutuo y la intimidad–, evidentemente, esta forma organizativa por sí misma, no nos garantiza que no aparezcan ciertas dificultades que sólo con el esmero perenne de cada quien pueden llegar a “erradicarse”. Por ejemplo, la misma diversidad de personalidades –con diferente preparación, experiencia y, capacidad de síntesis y análisis– que integran un grupo, puede determinar la aparición de “líderes naturales” (no buscados ni deseados sino completamente espontáneos). Siempre han existido personalidades que hacen más que otras y, a veces, mejor que otras, y evidentemente, no pueden ser forzadas a medirse con los mismos parámetros de una “igualdad” incomprendida para “todos” y “todas”. Por lo que, valorar la riqueza y la contribución de cada quien al quehacer del “grupo de afinidad”, en aras del proyecto a compartir en la lucha contra lo existente, no excluye la responsabilidad individual de cada quien frente a las relaciones internas que se establezcan. Desde este punto de vista, incluso la afinidad no nos garantiza nada. Siempre será la tensión permanente individual la que cree continuamente los diques necesarios para confrontar los momentos – “espontáneos”– de autoritarismo y arrogancia individual y/o colectiva, evitando la formación de espacios de poder y las actitudes centralizadoras, de la misma manera que seguramente sucederá en un hipotético mañana liberado. (¡El Estado no salió del sombreo de un mago, sino de la condición que precede la centralización del poder!).

Otro concepto que bien merece que nos detengamos un momento a reflexionar es el de “Nihilismo”. De hecho, si lo sacamos del contexto poético y lo colocamos frente a la lectura del escenario concreto, será evidente, para todas y todos, que su empleo es común a muchas de las tensiones que animan el anarquismo contemporáneo (informal e insurreccional). También es indiscutible que este concepto ha tenido presencia en nuestras filas desde hace más de un siglo, contando con connotadas figuras de larga trayectoria insurreccional que en su época se autodenominaron anarco-nihilistas. Así las cosas, comencemos señalando las dos acepciones del término “Nihilismo”: si bien es una expresión indeclinable que se usa en el nominativo y acusativo; por una parte, puede emplearse como sinónimo de “nada”, en el sentido de “vacío” o, “nūlla res”, es decir, ausencia absoluta de alguna “cosa” (o realidad); pero también puede referirse a la “nada” de manera precisa, predefinida, determinada, cuya conformación puede emerger de lo indeterminado de las formas estables y/o cambiantes. Ahora bien, si admitimos que desde los parámetros del anarquismo contemporáneo, se excluye de antemano la salvaguarda de los elementos fundadores del actual sistema de dominación, entendiendo la inutilidad y/o nocividad de estos en la posible “sociedad futura”, es consecuente asumir que esa sociedad futurista carece de boceto o esquema que pueda definirla y/o describirla en la actualidad. Si tenemos que destruir de inmediato todo lo existente –por las razones que resumimos sucintamente– nos queda claro que somos necesaria y obstinadamente “nihilistas” en la segunda acepción del vocablo. Entonces, la supuesta diferencia radical desaparece, de hecho, no existe ninguna diferencia desde esta forma de entender las cosas, entre quienes se asumen anarquistas individualistas y nihilistas y, no aspiran a un “anarquismo preconstituido”, por una lado y, por otro, aquellos, que también se admiten anarquistas insurreccionales pero no excluyen la hipótesis de la posible participación de un sector de los excluidos dentro de la dinámica destructiva de la insurrección y, paralelamente, tampoco le apuestan a una hipotética “sociedad anarquista preconstituida”.

Aquí, reaparece la añeja trama del individuo-sociedad y las diferencias entre los llamados anarquistas individualistas “puros” y los denominados anarquistas “sociales”, pero más allá de las etiquetas con que cada quien nos decoremos, nos queda claro que la historia no está ordenaba “ontológicamente”, sino que está constituida por lecturas e interpretaciones de dinámicas político-culturales y sociales, mediadas (¿por qué no?) por la sensibilidad particular y la tendencia individual. Pero más allá de esta obviedad, que tiene sus propias razones, ¿existen contextos generales y particulares que algunos prefieren excluir definitivamente, por más que sean necesarios, mientras otros admiten que aún hay posibilidades de algún tipo de participación de los “sectores sociales” en el proceso destructivo-insurreccional?

A menudo recurrimos a las demostraciones que nos ofrece la Historia para concluir definitivamente que cada “Revolución” (en su acepción de “levantamiento popular contra lo existente” – o insurrección generalizada), ha desembocado siempre en nuevos poderes centralizados (léase dictaduras) y que, per se, es ajena y enemiga del anarquismo, ya que luchamos contra el poder centralizado en sí mismo. Pero, tan pronto como avanzamos un poco más allá de esta conclusión, y comenzamos a hacer distingos entre “insurrección” y “Revolución” y/o, nos planteamos la “posibilidad revolucionaria” y la eventual “participación social” en nuestros días, la discusión prevalece (y muchas veces se enardece) porque quienes sostienen una u otra posición cuentan con un abundante arsenal argumentativo y, es que estas diferencias distan mucho de ser menores pues exceden los regocijos académicos y se instalan en las justificaciones de formulaciones prácticas y organizativas en torno a la actualidad u obsolencia del “proyecto revolucionario” e, inclusive, entroncan con las diferencias en torno a la visión cuantitativa y el consecuente inmovilismo implícito en la espera de “condiciones objetivas y subjetivas” (es decir, el pretendido despertar y desperezamiento de la servidumbre voluntaria) para la “inminente” concreción de la insurrección generalizada, lo que inevitablemente provoca divergencias y polémicas por lo general irreconciliables.

Ante esta disyuntiva, hay compañeros y compañeras que optan por cortar de tajo la discusión y plantearla en blanco y negro: «o consideramos que hay posibilidades concretas de destrucción definitiva del presente histórico, o creemos que no existe ninguna». De tal forma, rematan que quienes piensan que no hay ninguna posibilidad, «volatilizan de antemano cualquier pensamiento sobre el hipotético mañana liberado y tienen su alma en paz, ya que eliminan el problema en torno a la necesaria afinidad entre medios y fines y, toda planificación de la destrucción del presente y lo que siga».

Y en efecto, podría concluirse que al minimizar y/o negar las posibilidades de alcanzar el “fin”, se desprecian automáticamente “los medios”; sin embargo, pesa a la icónica reflexión anárquica (“los medios condicionan el fin”) en respuesta a la máxima maquiavélica (“el fin, justifica los medios”), en verdad, la elección de los medios para los y las anarquistas, va acompañado siempre de nuestros principios éticos (decididamente antiautoritarios) y no está condicionado por el hipotético fin anhelado.

Por su puesto, quienes plantean la imposibilidad de una ruptura sediciosa en nuestros días y aseguran que cualquier “Revolución” desembocará una vez más en dictadura –aún más en las condiciones que hoy impone un hipercapitalismo multicéntrico mucho más autoritario, de la mano de la tecnología y la redefinición genética de todo organismo viviente–, no se quedan atrás a la hora de pronunciarse ante quienes consideran realizable la destrucción definitiva del sistema de dominación, insistiendo en la “caducidad del análisis” y la “lectura ideologizada” de las y los defensores del “proyecto revolucionario posmoderno”. Pero si todavía hay compañeros y compañeras que consideran que existen posibilidades de destrucción del sistema centralizado de poder, en consecuencia, deben evaluar mejor la correlación de fuerzas y las interacciones que se desarrollan en la actualidad; ya que en este caso, la “voluntad de hierro” del guerrero, o de la coalición de guerreros y guerreras, no será suficiente para derribar al enemigo. Exactamente, en esta dinámica el “movimiento anarquista” (en su integridad histórica) se ha presentado siempre como un ente sedicioso –con el templado objetivo de destruir radicalmente la estructura institucional– que, al rechazar cualquier hipótesis en torno a la conquista del poder, coloca el evento “insurreccional” como el momento decisivo de la destrucción del enemigo. Sin embargo, es evidente que las condiciones actuales no son las mismas que hace un siglo atrás. Desde luego, esta afirmación no representa la negación a priori de la sedición social. Si mañana se concretara la ansiada insurrección generalizada, estamos convencidos que será bienvenida por todos los componentes (individuales y colectivos) de la tendencia, rebasándola siempre y orientándola hacia la Anarquía; lo que tampoco significa que estamos dispuestos a ser sorprendidos por la generalización de la lucha de los sectores excluidos, sino que vivimos atentos a todo brote sedicioso con el fin de exacerbarlo hasta las últimas consecuencias.

El hecho que en la actualidad, la tendencia anarquista informal e insurreccional, reconozca la inhabilidad de la preservación de los elementos del sistema para su uso futuro y, se centre en la destrucción de lo existente, dejando así abierto el futuro al “nihilismo” –poniendo en claro que no hay nada definido ni definible en el presente–, no afecta en modo alguno su validez ni la importancia de su accionar. Empero, la dominación y el poder no desaparecen en absoluto. Tanto es así que no hay tensión anárquica –en el contexto de la tendencia que nos ocupa–, que no lo tenga en cuenta y, no intente, más o menos, “solucionarlo”; frecuentemente, con cierto candor y otras, con ilusiones totalmente milagrosas, a pesar de lidiar con el tema en términos concretos. Por lo que a veces nos encontramos con compañeros que –ingenuamente– inscriben sus ilusiones en la misma lógica de las relaciones de poder sin cuestionarse demasiado y, vislumbran la lucha anárquica como un campo de batalla donde se enfrentan dos bloques en aras del triunfo definitivo; algunos le apuestan únicamente a la propaganda que emanaría de la acción destructiva en sí, considerándola aún más eficiente si va acompañada de comunicados explícitos; otros ponen sus ilusiones en el “contagio” de la acción destructiva y eligen el anonimato, reduciendo la acción sediciosa a una cuestión biológica; y, por supuesto, hay quienes, en cambio, se aferran al despertar de la servidumbre voluntaria y a posiciones similares, propias de los nucleamientos “anarco-sociales”, superadas por eventos y dinámicas del presente histórico que, continuadamente, vuelven obsoleta cualquier hipótesis general –válida en todas partes y para todos– de intervención subversiva-destructiva.

Y es justo en torno a estos tópicos que surge otro viejo concepto bastante vapuleado en nuestros días: la “propaganda por el hecho”. Históricamente, este concepto ha tenido su muy particular  significado en los círculos anarquistas, quedando auténticamente definido como la difusión del ideal anárquico a través de la violencia directa contra la dominación, ya sea mediante la eliminación física de los representantes del Poder y/o, por medio del ataque a su infraestructura o a sus instalaciones más emblemáticas (edificios gubernamentales, estaciones de policía, cuarteles del ejército, judicatura, legislativo, iglesias, etc.). Tal como lo indica la combinación de vocablos, esta divulgación activa del ideario ácrata no requiere la intervención de las palabras, ya que es el propio “hecho” el que expresa el sentido de la acción, por lo que no necesita ir acompañado de reivindicación alguna. A esta concepción, iban aunadas las reflexiones de época –inspiradas en las aspiraciones de “concientización de las masas proletarias”– que anhelaban la apropiación generalizada de los métodos revolucionarios, por lo que se recomendaba no reivindicar las acciones para conseguir su imitación por la mayoría de los explotados.

Sin embargo, nunca fue del todo cierto que la “propaganda por los hechos” se limitara única y exclusivamente a lo que “expresaba” la acción en sí. Por el contrario, la mayoría de las veces fue acompañada por cartas póstumas y/o manifiestos firmados por sus ejecutores –por lo general, publicadas en los periódicos anarquistas del momento– donde se narraba explícitamente el motivo de la acción o, en su defecto, los hechos eran reivindicados en exaltados editoriales glorificando a los “mártires de la Anarquía” y exponiendo las justas motivaciones que les llevaron a proceder contra la dominación.

Ciertamente, la mayoría de las acciones de “propaganda por los hechos”, salvo rarísimas y contadas excepciones, fueron realizadas por compañeros y compañeras anarquistas que actuaban motivados por sus convicciones y/o en represalia por las ejecuciones de sus compañeros. Jamás se verificó la “imitación” de las acciones por parte de los sectores sociales excluidos (ya fueran motivadas por los hechos anónimos o por las reivindicaciones editoriales), por el contrario, el “contagio” se manifestó entre los propios anarquistas que descifraban fácilmente el mensaje de sus compañeros e igualmente optaban por abandonar la espera por las “condiciones revolucionarias” y, vencían el miedo al poder omnipotente actuando en total complicidad.

En el marco de la dinámica del anarquismo contemporáneo, donde cada componente busca “su” solución, lejos de incrementarse las diferencias, constantemente surgen puntos comunes fundamentales para todas y todos los interesados. En primer lugar, detectamos que no es del todo cierto para ningún componente anárquico, el absoluto alejamiento de lo “social”, ya que –aunque declaren no tenerlo en cuenta– a menudo llaman a intensificar nuestro accionar y desbordar los límites cada vez que se presenta el más mínimo brote de explosión social. Por otro lado, tampoco es verdad que los presuntos “antisociales” no tengan un ojo puesto en la posibilidad post-insurgente, ya que reafirman abiertamente estar tan atentos al futuro como lo están del presente, con la determinación de cortar de raíz cualquier intento o manifestación de poder centralizado por muy “revolucionario” que se asuma; simplemente, no desean restringir el presente con estrechos parámetros ni darle una connotación determinante a lo que pudiera construirse hipotéticamente mañana sobre las ruinas del presente.

En esta misma tesitura, también se inscriben los “otros”, esos que todavía permanecen anclados en las orgánicas rígidas y burocráticas. Si bien este sector se equivoca persiguiendo paradigmas totalmente irrelevantes frente al actual contexto de lucha, es innegable que no desisten en su intento por permanecer lo más cerca posible de la realidad concreta, sin renunciar –pese a nuestros constantes reproches– a ninguno de los anhelos anárquicos, conscientes de que sólo la insurrección permanente abre la posibilidad de confrontación concreta con el sistema de dominación, sin que, ni siquiera “ellos”, pretendan desde hoy imponer lo que sobrevendrá en la hipotética post insurgencia.

Por lo pronto, es posible apreciar una suerte de “acercamiento” general, a modo de diagnóstico de la tendencia informal e insurreccional anárquica, destacando y reconociendo que en su interior existen diversidades irreductibles con sus tensiones, preferencias y formas de abordar la destrucción inmediata de lo existente; pero este hecho, no obstaculiza el desarrollo de nuestro sustrato compartido ni dificulta nuestros objetivos ancestrales de destrucción de toda dominación, sino que abona el terreno para limar asperezas –muchas veces exacerbadas– y consolidar entendimientos. De ahí la propuesta de rebasar concretamente los límites y deficiencias actuales desde la perspectiva de un posible paradigma anárquico renovado que ya no podrá limitarse a ningún espacio “regional” sino que exige la protagónica imbricación internacionalista y su consecuente proyección insurreccional.

Se asiste entonces, al abandono de todas nuestras certezas, a la absoluta indolencia frente a los rituales burocráticos de los recipientes organizativos rígidos, al imperioso rechazo a las planificaciones inviolables e incapaces de corregirse a sí mismas y, se pasa a explorar las infinitas posibilidades de nuevas prácticas susceptibles de provocar y promover el caos, cobrando vida nuevas tensiones que se vuelven móviles y se reconocen más en los recorridos vitales que en la estabilidad mortal de los lugares fijos. Hoy, las historias previsibles ya no conmueven y, los deseos se concentran en el ataque despiadado a toda forma de poder, se nutren en el placer de la insurrección permanente y la pasión por la sorpresa, exaltando el descubrimiento de lo nuevo.

Tomado de Reflexiones en torno al sustrato anárquico contemporáneo informal, insurreccional e internacionalista. Febrero/Abril, 2020

El anarquismo entre la teoría y la práctica

Conferencia dictada por Alfredo Maria Bonanno en la Universidad de Florencia el 14 de Enero de 1994, publicada en Provocazione y Anarchismo.

La conversación de esta tarde es sobre la relación entre la teoría y la práctica dentro del pensamiento anarquista y de la realización del anarquismo. El anarquismo es un concepto extremadamente complejo y contradictorio, que muchos de nosotros creemos tener claro en la cabeza, pero siempre que nos encontramos frente a la necesidad de preguntarnos o de preguntar a otros, o hablar junto a otros, sobre qué es el anarquismo, encontramos que es un problema complejo.

Es decir, limitar el análisis sobre el anarquismo sólo a su aspecto histórico, al desarrollo del pensamiento y de la práctica anarquista a lo largo de la historia es, aunque necesario, simplemente reduccionista. En este sentido, es parte intrínseca del anarquismo una disposición del espíritu, un modo de concebir la vida, una concepción diferente de la vida. Y esto no siempre es fácilmente comprensible dentro de una doctrina anarquista. Ni siquiera se puede aclarar a través de la lectura de acontecimientos, de hechos que han sido llevados a cabo por los anarquistas o de luchas dentro de las cuales estuvieron presentes de manera considerable los anarquistas. Por lo tanto no hay que confiar mucho en aquello que cada uno de nosotros tiene en la cabeza con respecto al anarquismo.

Muchos creen saber lo que es el anarquismo, mientras que efectivamente éste nos trae siempre sorpresas, como si se hurgara en una vieja arca de la cual continuasen apareciendo cosas nuevas.

Tantas Casandras del pasado, antiguo y reciente, han sentenciado la muerte del anarquismo, el fin de las teorías y de las prácticas anarquistas. Luego, de repente, en las barricadas, en las calles, en las mismas aulas universitarias, vuelve a emerger el discurso sobre el anarquismo, reaparecen las banderas negras. Eso significa que algo se mueve dentro de la realidad, de manera siempre diferente. Y ese algo es, ciertamente, el rechazo radical, la negación absoluta de cualquier tipo de autoridad, de cualquier forma de opresión intelectual y práctica que se nos planta por delante e intenta poner orden en nuestra vida; que amenaza con dar a nuestra existencia un significado distinto a aquel que pensamos que debe tener para cada uno de nosotros, y que cada uno debería ser libre de darse.

Eso no quita que desde un punto de vista histórico el anarquismo haya tenido su trayecto, se haya presentado en determinadas estructuras precisas y se haya expresado también en determinados roles. Pensadores, filósofos, sociólogos anarquistas que han querido dar un cuerpo doctrinal a esta visión de la vida, transformándola en una filosofía. Como saben, toda doctrina nace, se desarrolla y muere. Se circunscribe dentro de una significatividad propia y allí encuentra su sentido y su razón de ser, pero también su límite, su confín y su muerte.

El anarquismo doctrinario. Quisiera dedicar unos minutos a este aspecto del anarquismo, ciertamente significativo. Porque es precisamente en la elaboración de los conceptos que se construye esa herencia que en la práctica, sucesivamente, da sus frutos. Ya que estamos en la sala de una academia filosófica hay que decir que los filósofos han dirigido a menudo su pensamiento hacia cuestiones de análisis político, y se han planteado la clásica pregunta fundamental: ¿qué hacer? No es que en cuanto filósofos hayan sabido dar una respuesta, incluso aquellos que por su elección de estudios, y por su disposición de ánimo, se encontraban muy cercanos al pensamiento anarquista. Pero han reflexionado bastante respecto a la pregunta, y estas reflexiones son importantes para la acción. Cuando son realmente significativas, es decir, cuando aprehenden los problemas en su contenido vital radical para la vida de las personas, también estas reflexiones se vuelven práctica. Pero no nos adelantemos.

Existe una relación, ciertamente tan vieja como el mundo, entre práctica y teoría. La doctrina lo ha explicado de una manera bastante inmóvil, esclerotizada: primero viene la teoría, luego la práctica o, como mucho, de la práctica puede surgir un desarrollo, una profundización, una deformación de la teoría. Los anarquistas, como veremos, lo ven un poco diferente.

Así pues, el desarrollo de la doctrina del anarquismo. Hacia finales del siglo XVIII comienzan a difundirse las primeras teorías anarquistas, teorías que —junto a otras— contribuyen a preparar el gran trastorno de la época: la Revolución Francesa.

El primer pensador es William Godwin y centra la atención en la relación entre el Estado y el ciudadano. Una relación importante de la cual nace la posibilidad de un orden constituido, de mantener organizaciones y estructuras en la vida cotidiana del ciudadano. Toma partido por primera vez de manera clara contra la tesis hobbesiana del homo homini lupus [1], busca hacer ver cómo dentro de la dimensión contractual podría existir también una visión, digamos, crítica; una limitación de la que será la concepción de Jean Jacques Rousseau. Estas primeras aproximaciones de Godwin están bastante desarrolladas, y constituyen el primer cuerpo doctrinal del anarquismo, el cual atraviesa, no indemne, el gran fuego de la Revolución Francesa.

Esta revolución es uno de los elementos de transformación de la realidad europea y mundial de la época. Dentro de ella no se encuentran sólo las grandes fuerzas autoritarias del jacobinismo, las otras expresiones en las cuales se dividió la estructura de poder que se estaba formando en la composición revolucionaria de los primeros días insurreccionales, sino que existe también una fuerza popular, una fuerza que viene desde abajo, que es la expresión de determinadas necesidades, de determinadas exigencias, particularmente del sufrimiento de la gente pobre; y hay también pensadores que expresan de una manera cargante, violenta, periodística —del todo nueva en aquella época— el sentido profundo de ese sufrimiento.

El segundo punto importante del desarrollo histórico del anarquismo se halla un poco más adelante, y lo representa la figura de Pierre Joseph Proudhon.
Proudhon es importante porque es un pensador proletario, viene del pueblo. Hijo de un zapatero, es autodidacta pero capaz de entender de qué manera se está transformando la estructura social de su época. Es quien elabora, por primera vez de forma profunda, el concepto de lucha de clases en términos diferentes a aquellos que serán luego, más adelante, los términos marxistas. Es quien elabora el concepto de federalismo libertario. Profundizará después el concepto de mutualismo como apoyo a la producción de base en ausencia del capitalismo; la sustitución de la producción coordinada por el mercado o colectivizada en una serie de controles desde arriba por un sistema de pactos y acuerdos recíprocos, libremente establecidos entre grupos de productores, y libremente coordinados a nivel cada vez más amplio de manera federalista. Con Proudhon se desarrolla el estudio de la estructura de la realidad, de los movimientos espontáneos y forzados que la constituyen, de las fuerzas visibles e invisibles que parecen condicionarla, y de los distintos medios que las personas poseen para unirse entre sí, recogiendo sus fuerzas en un esfuerzo común de liberación. Una profundización teórica de enormes dimensiones que Proudhon ha entregado a las generaciones siguientes, pero que hasta el momento no ha sido estudiada seriamente.

El pensador —y es reductivo definirlo como pensador— que apreció a Proudhon y del cual a mi me interesa dar algunas indicaciones es ciertamente Bakunin. Un gigante fascinante que viene de Rusia y que transforma la realidad europea con su acción revolucionaria, con sus proyectos organizativos a veces contradictorios, otras veces de una extrema lucidez política, que asusta a los gobernantes de todo el mundo con sus ideas subversivas y destructivas, con su impresionante capacidad de intervención y de elaboración teórico-práctica. Las ideas que pone en circulación Bakunin se pueden resumir en unas pocas palabras; la anarquía debe lograr desencadenar las fuerzas primarias de las personas, es decir, su capacidad de transformar la realidad debe colocar en la balanza de la contraposición de clase un trastorno absolutamente nuevo, sin el miedo a que de este choque surjan figuras sociales impresionantes: caos, convulsiones, desbaratamientos, desorden. Así, Bakunin no teme al desorden, más bien lo contrario, lo busca como la única fuerza liberadora que las personas tienen a su disposición. Bakunin es esencialmente un portador del desorden.

Este hombre, que durante toda su vida pensó y organizó estructuras bien precisas, redactó reglas, buscó realizar formas organizativas bien precisas, era esencialmente un desordenado. Un hombre que vivió una vida desordenada. Un aristocrático que no consiguió liberarse de su particular concepción de la vida, de la vida que jugaba con coraje, si quieren exasperándola, también en las barricadas, no sólo en la mesa de trabajo; pero un hombre que supo traer a Europa ese viento del caos cosaco, indispensable para la revolución. Los europeos de mediados del siglo XIX no sabían cuan peligroso era el orden que por todas partes se buscaba instaurar. El Estado con su represión, los revolucionarios autoritarios con sus leyes virtuistas [2] e igualizantes. Este representante salvaje del pueblo eslavo, hombre de inmensa cultura y de grandioso corazón, consiguió traer la idea y la práctica de la anarquía a Europa.

Algunos años más tarde, otro ruso llega a Europa. Es un científico, un geólogo, un geógrafo, un gran investigador. Kropotkin es el otro aspecto de la contribución que Rusia y el pueblo eslavo dan a la vieja Europa. Es un hombre de orden, no un hombre de orden en el sentido de la conservación, sino en el sentido del nuevo orden social que sueña con tratar de manera profundizada, en el sentido de la organización científica del pensamiento anarquista. Por primera vez, con Kropotkin, el pensamiento anarquista recibe una sistematización de todos sus aspectos. Su teoría se basa en la hipótesis de la bondad natural de las personas, en la tendencia espontánea a la colaboración dentro de la especie y no al conflicto. Partiendo de esta construcción, por primera vez realizada detalladamente en El apoyo mutuo, Kropotkin desarrolla toda una serie de intervenciones revolucionarias, en las cuales, según su tesis, la propaganda, el trabajo entre las masas, dentro de las estructuras de las masas, constituye un momento, un lugar, un acto con el cual se coloca una semilla bajo la nieve. Aunque la realidad sea negativa en un momento dado, cubriendo la semilla y haciéndola desaparecer, tarde o temprano ésta germinará.

Por lo tanto, desarrolló una idea determinista del pensamiento y de la acción anarquista paralelamente al nivel de investigación científica de su época. Como saben, la ciencia había festejado los grandiosos resultados de la mecánica, tanto celestial como terrenal, y estos grandes resultados habían llevado a considerar a la ciencia capaz de resolver todos los problemas de las personas.
Kropotkin recoge el mensaje científico del determinismo de su época y construye el proyecto de una anarquía dirigida de manera determinista hacia la solución del problema social del género humano y la construcción de una sociedad futura libre y feliz.

El punto esencial del pensamiento de Kropotkin es que dentro de la estructura actual, una estructura evidentemente de contraposición, de explotación, existen ya en marcha, si bien no visibles, las fuerzas que fundarán la sociedad libre y la sociedad anarquista de mañana. Así, en un cierto sentido, Kropotkin dice que la anarquía no se construye en el futuro sino que existe ahora, simplemente debe ser apoyada y desarrollada.

Antes de Bakunin y antes de Kropotkin, otro pensador, del cual hemos hablado ayer —los presentes lo recordarán— es Stirner [ver la conferencia del 13 de enero de 1994, hecha en la misma Facultad de Filosofía de la Universidad de Florencia, con el título «Max Stirner, il filosofo dell’Unico. Teoria dell’individuo», publicada en Teoria dell’individuo. Stirner e il pensiero selvaggio, Edizioni Anarchismo, segunda edición, Trieste 2004].

Stirner es el exponente más importante del individualismo anarquista, que con la teoría del único desarrolla la posibilidad de una idea completamente diferente, una idea que no tiene en cuenta los aspectos de la estructura de masa, que no tiene en cuenta los aspectos organizativos, sino que reafirma solamente el discurso del individuo en tanto que egoísta, de su desarrollo, de su propiedad, de su estructuración dentro de la unión de egoístas, etcétera. Pero de esto hemos hablado mucho ayer.

Según creo, todo este desarrollo del pensamiento anarquista, el cual se podría detallar en muchísimos otros representantes, está bien cerrarlo aquí. Me doy cuenta de que excluyo a una parte muy grande del pensamiento anarquista, basta pensar en la considerable importancia de Malatesta que introduce su crítica y su acción en el discurso de Kropotkin mejorándolo, perfeccionándolo con la hipótesis del voluntarismo anarquista. Con Malatesta, la rigidez determinista del pensamiento científico de Kropotkin es mitigada por la voluntad del individuo de intervenir en la transformación social, de poseer su significatividad en la acción contra la realidad opresiva que tiene delante. Entonces, piensen en la gran importancia de Errico Malatesta considerando también este singular problema.

Paralelamente al desarrollo de estas teorías que, como pueden constatar, cubren un espacio de tiempo de 120 años, en la práctica hubo luchas. Los que han estudiado historia conocen con precisión las fechas: finales del siglo XVIII, 1848, 1871, 1917 [3] . En estas fechas, entre estas fechas, o sea, entre los intentos de destruir el dominio, la reestructuración del Poder, los aspectos revolucionarios, el reforzamiento del conservadurismo, los golpes de Estado, la formación de las distintas estructuras de defensa y de resistencia por parte del proletariado, las revoluciones, el aporte de los anarquistas va perfeccionándose, es decir, se va cualificando desde el punto de vista de la determinación de una estrategia y de una teoría anarquista. Se diferencia, se cualifica y se identifica en dos tendencias bien precisas, aunque no se puede decir que están efectivamente separadas entre sí. Una tendencia que podríamos definir como asociacionismo libertario y otra que podríamos definir como individualismo libertario. Estas dos tendencias, repito, nunca completamente separadas entre sí, muchas veces en contraste —incluso violentamente—, persisten y atraviesan toda la historia del anarquismo.

El asociacionismo libertario nace de una reflexión, de una estrategia y de una práctica muy simples: el Capital, después del inicio de la producción industrial, se ha ido consolidando en grandes estructuras anónimas, en grandes complejos industriales, especialmente en considerables inversiones, en enormes trust interestatales, particularmente en la explotación colonialista e imperialista. De cara a este desarrollo de las cosas, no era difícil entender que la formación capitalista estaba volviéndose cada vez más visible, lo mismo que el Estado y su función de apoyo a la estructura productiva. Era un nuevo tipo de Estado que se vislumbraba, el Estado del triunfo de la burguesía, bien manifestado en la música de Rossini y en los lujosos palacios parisinos, desde la Sorbona hasta Luxemburgo. La visión directa de la opresión y de la descarada gloria del vencedor debía ser espantosa. Fábricas, personas, edificios, cuarteles, etcétera. Una impresión terrible que todavía hoy perdura al mirar esos edificios, símbolos vivientes de la opresión, los cuales incluso hoy dan la sensación de la pesadez de la burguesía francesa de la primera mitad del siglo XIX. La conciencia de sí se realizaba en la expresión arquitectónica de la misma manera que unas décadas más tarde se realizará en el derribo de los viejos barrios proletarios parisinos. Todo aquello da muestras de la conciencia de una burguesía triunfante en un Estado unitario. Algo así no se percibe en la modesta arquitectura británica y, dentro de ciertos límites, sí que se ve —aunque de manera diferente— en la arquitectura de las grandes ciudades italianas o alemanas, porque la intención de estos edificios estaba más dirigida a subrayar la unidad nacional que la consolidación de la fuerza de la burguesía.
Pero, para volver a nuestro discurso, el modelo que el asociacionismo libertario tenía era el de un Capital triunfante, el del Estado unitario francés, sólo en segundo lugar el inglés, de forma inteligente menos inclinado a la ostentación barroca. Contra esta estructura era contra lo que necesitaba unirse, juntar fuerzas y atacar.

El primer intento considerable que se hizo fue, como todos sabemos, el de la Primera Internacional. La organización de la Primera Internacional la conocemos. Una estructura con fortísimas características sindicales, es decir de defensa, de defensa del puesto de trabajo, de defensa de la estructura productiva, de defensa de la profesionalidad y de la capacidad productiva de cada uno.

En los conflictos internos de la Primera Internacional se puede ver que no todos sus grandes exponentes tuvieron un concepto de tipo asociacionista. Seguramente lo tenía Marx, ese concepto centralizador de tipo asociacionista y defensivo. El concepto de Bakunin era diferente, ya que tenía una concepción que buscaba respaldar al componente menos significativo —menos fuerte desde el punto de vista salarial— de los adherentes a la Primera Internacional.
El choque principal entre Marx y Bakunin en el seno de la Primera Internacional se registra en el enfrentamiento que hubo cuando sucedieron las primeras huelgas organizadas en Ginebra, cuando Bakunin se puso del lado del proletariado inmigrante, sustancialmente peones de la construcción, mientras que los marxistas se pusieron del lado de los llamados trabajadores de fábrica, que eran montadores y especialistas relojeros.

Esta considerable diferencia nos lleva a entender cómo también dentro de la clase obrera de la época existía lo de siempre: un proletariado y un subproletariado. Una clase explotada, sin duda, pero en un cierto sentido privilegiada por la seguridad de su salario y de su trabajo, y una clase provisoria, precaria, menos segura de su futuro. De todos modos, volviendo al discurso de la Primera Internacional, el asociacionismo del cual hablamos continuará después del fracaso de la Primera Internacional, después de la defenestración de Bakunin y todo eso; continuará y se desarrollará, dando vida, mucho más tarde, al sindicalismo revolucionario, a las ideas del anarcosindicalismo, etcétera, llegando hasta nuestros días, manteniendo intacto el concepto de luchas intermedias, el método reivindicativo, la importancia de la defensa de los salarios, etcétera.

El concepto principal, el elemento fundamental del asociacionismo libertario, se puede resumir en la idea de que las estructuras organizativas del sindicato revolucionario y anarquista deben ser capaces de garantizar el pasaje del mundo en el cual vivimos, dividido en clases, a la sociedad libre de mañana. Por lo tanto deben ser las estructuras mismas que, apropiándose de los medios de producción por medio del avance del proceso revolucionario, los sustraen a la propiedad privada, al capitalismo, y los colocan en manos de la sociedad de los trabajadores, la sociedad futura liberada, o ya sea anarquista.

En contraposición a estas ideas, en una línea completamente diferente (y no estamos aquí para hacer un juicio de calidad, es decir, no buscamos establecer quién tiene razón y quién está equivocado, quién ha tenido razón y quién ha estado equivocado, históricamente hablando), pero paralelamente al asociacionismo libertario se desarrollan el individualismo anarquista y el individualismo libertario. ¿Qué significa esto? Significa que los anarquistas son personas que tienen una visión particular de la vida. El rechazo de la autoridad es el rechazo de toda autoridad. No sólo de la autoridad que lleva grados, de la autoridad que lleva uniforme, de la autoridad que se resume en la figura del patrón. El anarquista ha sido capaz de desmoronar esta fachada, mirar debajo y entender, ha sido de los primeros —y muchas décadas antes de que este argumento se tratase de manera normal en las aulas universitarias, mucho antes— en entender que detrás de las figuras más evidentes del Poder habían otras figuras, que estaba la familia, la estructura familiar con el poder dominante del macho, la figura del padre-patrón; estaba la figura todavía más complicada del maestro que educa, que enseña; estaba la figura del líder revolucionario, del líder político, del líder sindical. ¿Qué son estas figuras que emergen, que aparecen? ¿Son personas dotadas de capacidades particulares? ¿O surgen por el hecho de tener, digamos, más tiempo que los demás para dedicarse a profundizar sobre ciertos problemas? ¿O porque han recibido de otros una delegación que consiente que ellos se puedan dedicar a determinados problemas y, por lo tanto, como intuyó Bakunin, independientemente de que se les ponga a disposición una eventual suma de dinero, acaben teniendo y ejerciendo un poder real, y acaben entonces luchando para conseguir mantener sobre los demás un dominio concreto? Los anarquistas habían entendido a tiempo este muy difícil problema y, por lo tanto, gracias a esto habían entendido también la importancia y la necesidad de una crítica del asociacionismo.

Sí, está claro, el Capital es fuerte, las estructuras que tenemos delante nuestro son monolíticas. Pero, ¿qué precio debemos soportar por juntarnos y combatir esta estructura de dominio en su propio terreno? ¿El precio es aceptar una forma diferente de dominio, ilusionándonos con que esta forma es transitoria y que mañana, llegados a una posible situación liberada, quien nos había guiado hacia la victoria volverá a casa, abandonando su posición de dominio? ¿O esto no ocurriría jamás porque esta gente querrá permanecer en su puesto privilegiado? Estos análisis críticos han sido hechos principalmente por los individualistas, porque cuando fueron hechos por los asociacionistas libertarios y anarquistas, solían encontrar pequeños remiendos: la delegación rotativa, el mandato imperativo, el mandato revocable. Se sabe que éstos son medicamentos y no la cura del mal. Mientras tanto el individualista dice: «A mí este asunto no me interesa, me tiene sin cuidado, si debo encontrar a mi compañero —como afirmaba Stirner— siempre encontraré a alguien que se unirá a mí sin prestar juramento a ninguna bandera, sin fijar ningún tipo de acuerdo que nos ligue más allá de la cosa específica que debemos hacer juntos»; y de estas elecciones individualistas saldrá una práctica diferente del anarquismo. Es la Belle Époque.

En el siglo que todavía no ha escuchado tronar los cañones de la Primera Guerra Mundial, los ricos comienzan a sentir los golpes de la dinamita de la propaganda por el hecho, o sea, del recurso a la acción directa. Es el ataque directo, inmediato, contra personas responsables de determinadas acciones, contra estructuras que hacen posible la explotación de manera total. Es el periodo que quizás ha contribuido de manera excesiva a alimentar la iconografía de un cierto anarquismo, el periodo de Bresci, que mata a Umberto I, de Caserio, de Ravachol. De todos modos, no quiero alargarme sobre estos hechos que han fascinado y continúan fascinando a tantísimos compañeros.
Pero mejor demos un paso atrás para hablar del análisis anarquista de la estructura del Poder, porque no hay duda de que el análisis del Poder es central en el anarquismo.

Ahora bien, que la estructura del Poder es visible, que golpea a la percepción inmediata, a la vida cotidiana, que se filtra a través de la organización precisa de nuestras funciones como ciudadanos, de participantes en las cuestiones públicas, etcétera, es un hecho que no sólo los anarquistas comprendieron, sino que todo el mundo puede entender perfectamente, digamos que a partir de la Revolución Francesa. Pero muchas veces este análisis ha sido reducido a la llamada expresión política. Y de esta forma reduccionista del análisis del Poder, se ha deducido la necesidad de que haya alguien que se haga cargo de la gestión de las cuestiones públicas, que esto sirve, es necesario, y por lo tanto lo importante es que esta necesidad sea reducida al mínimo mal posible. Ésto antes de que hubiese la democratización del Poder: abajo el tirano, ya sea uno o muchos, intentemos racionalizar el Poder. Entonces monarquía, monarquía constitucional, república, república parlamentaria.

Pero los anarquistas habían entendido otra cosa: que en todo este juego de facciones, en toda esta llamada evolución de sistemas políticos la única cosa que había que hacer era intervenir como portadores de un método de lucha específicamente anarquista, que tenía que ser aplicado en cualquier lucha intermedia, es decir, participaban no tanto por el resultado —que más o menos, ya se sabía, servía siempre para la reconstrucción del dominio— sino para intentar alargar la validez de la metodología anarquista. Por ejemplo, los anarquistas estaban contra la monarquía e implícitamente, casi siempre, parecían estar a favor de la república. Pero esta participación en la lucha no era por ser republicanos, sino por ser compañeros revolucionarios y anarquistas que luchaban (con ciertos medios y no con otros: por ejemplo, no mediante la expresión electoral) contra la realización más aguda y significativa de la burguesía y de quienes están en el Poder, como por ejemplo la monarquía, para luego luchar contra la república. Este razonamiento implica dos aspectos interesantes. Primero: un análisis del Poder diferente, es decir, capaz de llegar a la conclusión de que no existe un Poder ideal, sino que el único Poder ideal es aquél que no existe. Segundo: que es necesario posicionarse siempre de un modo crítico frente a la estructura que tenemos delante nuestro y buscar mantenerse fuera de ésta, ya que no es posible una intervención de lucha dentro de la estructura. Rechazo, pues, de las clásicas categorías del entrismo [4] , rechazo del parlamentarismo representativo, rechazo de todas las estructuras que tienen características institucionalizadas, como por ejemplo los partidos, pero también rechazo de aquellas organizaciones paralelas que se transforman en sostenedoras engañosas y encubiertas de la cola estatal, como por ejemplo las organizaciones del voluntariado. Toda esta miseria política es dejada a un lado, lo que significaría la crítica del Poder como crítica de la política.

Pero la crítica de la política hecha por los anarquistas no es sólo una crítica del Estado. Porque no sólo la expresión del Estado es política. No es política sólo la acción del Estado. Por este motivo los anarquistas son antipolíticos, porque son contrarios también a aquellas que son las expresiones de la polis, en el sentido griego del término, es decir, de la sociedad por como está realizada y por como está históricamente organizada. Los anarquistas, por lo tanto, son portadores de una acción de tipo antisocial. No son para nada defensores de una lucha que se introduzca en lo social.

Muchos de los discursos hechos en los últimos veinte años tienen una característica equívoca. Cuando se ha hablado de luchas anarquistas en lo social, se ha hecho para no parecer extraterrestres, para no parecer portadores de algo poco comprensible a la gente. Pero los anarquistas tienen muy poco que ver con la sociedad. Con esta sociedad. Porque está claro que el Poder no se encuentra sólo en los centros de decisiones, sino que desde aquellos centros impregna toda la realidad social. La sociedad es una expresión del Poder, no es la pobre Cenicienta que soporta las órdenes de la madrastra que se viste con el traje del jefe de Estado, del policía, del juez. Forma parte del Poder —tiene su responsabilidad y su complicidad con el Poder— también quien sufre la explotación, también el explotado, también el obrero. También la estructura productiva es cómplice del Poder, también la estructura productiva capilar, periférica. Esto lo han comprendido los anarquistas y lo han denunciado en todas sus intervenciones en el ámbito de la actividad laboral y de la conflictividad social. Desgraciadamente, y ésta es una responsabilidad histórica suya, una responsabilidad histórica nuestra, una responsabilidad personal mía, si se prefiere, lamentablemente no hemos sido capaces de tomar con coraje este argumento en los últimos veinte años, decir que los responsables no sólo son aquellos que están en Montecitorio [5] , o los que visten la túnica del juez, sino también aquel que soporta la explotación sin rebelarse, quien simplemente consigue arreglárselas para llegar a fin de mes. Es éste también un elemento del Poder y es también contra esta estructura, contra estas personas, contra esta realidad que los anarquistas se mueven y buscan desarrollar su crítica en todos los aspectos de la vida.

Por lo tanto, la crítica del Poder no quiere decir solamente crítica del Estado, sino también crítica de la familia, crítica de las estructuras familiares, crítica de un amor vendido a granel, día tras día, crítica de la sumisión de la mujer y crítica de la sumisión del hombre en relaciones no recíprocas, muchas veces vaciadas de todo contenido afectivo, simplemente santificadas por una detallada fórmula jurídica. Porque es esto lo que forma el Poder, éste es el ejercicio del Poder en la realidad cotidiana. La crítica del Poder en la escuela, de la relación que se ha creado en la escuela entre profesores y alumnos, crítica de los profesores a los que se les decía: «No, ustedes deben enseñar más los viejos contenidos institucionales en las materias de estudio del pasado, den el 6 político [6] , porque queremos tener este pedazo de papel». Y, ¿qué ha hecho la estructura de la enseñanza institucional? Ha vaciado todo de contenido: sí, se da el título, el diploma, con los resultados que se pueden ver por doquier, con sus niveles de pérdida de cultura. ¿Para qué les sirven esos trozos de papel ahora? Ahora se intenta decir al profesor: «No, tu nos debes dar realmente el contenido, ahora danos el contenido, no nos interesa más el trozo de papel; queremos saber, porque nos hemos dado cuenta de que sin conocimientos no encontramos un puesto de trabajo».

El estudiante, en ese columpiado movimiento de sus peticiones históricas de los últimos veinte años, qué cosa ha conseguido expresar sino su miseria, en cuanto persona miserable que acepta y mendiga un aspecto del Poder: la participación en la dirección de la sociedad del futuro. Porque en las aulas universitarias, aquí dentro, en aulas como ésta, se preparan los directivos de las clases del futuro y, por lo tanto, se preparan dos tipos: o un imbécil o un miserable. El trabajo, más de lo mismo. No es que el Poder se sitúe, como decíamos, lejos, en un lugar tan remoto que basta simplemente con asesinar a Umberto I para resolver el problema. El Poder está también dentro de las fábricas, en el interior de las fábricas donde es prácticamente desmenuzada la misma capacidad de intervención, de lucha, de contraposición; donde todo ha sido consignado en las manos de los delegados sindicales, donde hoy por hoy hablar de huelga comienza a ser una pantomima sin significado, o una ilusión; donde las prácticas cotidianas —que en un momento eran significativas y muy dolorosas para la parte contraria—, las prácticas de sabotaje se han vuelto raras e inexistentes; donde se corre el riesgo de ser tomados por provocadores, nada más insinuado un discurso de este tipo; donde el obrero hoy por hoy no espera más que participar en su pequeña cuota de poder. Los anarquistas lo han entendido. Desgraciadamente, no abordé, a su debido tiempo, las consecuencias lógicas y operativas de esta crítica del Poder.

¿Qué esperamos de la crítica de la ciencia, de la tecnología? ¿Esperamos que los trabajadores de la ciencia, los tecnócratas, consigan resolver los problemas de la sociedad? ¿Que consigan producir energía limpia, impedir la contaminación del mundo en el que vivimos? ¿Que consigan desarrollar un posible uso racional de los «recursos», que son limitados y cada vez lo serán más? ¿O simplemente esta categoría de personas no hace más que llevar a cabo su parte en el proyecto del Poder? ¿Qué podemos decirles? ¿Que estén más atentos, que desarrollen mejor sus investigaciones, que sean más cautos, que nos den una energía nuclear más limpia? ¿Qué podemos pedir? O debemos borrar a la ciencia de una perspectiva de mejora y desarrollar una crítica que sea radical, realmente destructiva, situar a los técnicos y a los científicos frente a su responsabilidad, porque son ellos los hombres del Poder, no sólo el presidente o el jefe de Gobierno.

El Poder ha continuado pulverizándose, fragmentando las estructuras. Porque poco a poco se ha pasado de la vieja concepción del Poder dictatorial, incluido dentro de instituciones bien precisas, el Poder se ha extendido a la sociedad y por lo tanto se han vuelto instrumentos del Poder también las organizaciones de resistencia, aquellas mismas organizaciones que en un comienzo fueron organizaciones de resistencia, de defensa de los intereses del proletariado, de los intereses de los explotados. Pensar en los partidos, por ejemplo en los partidos de izquierda. El Partido Comunista, tal como fue pensado en la hipótesis, a su modo revolucionaria, del materialismo dialéctico.
Estos partidos son estructuras del Poder, no tanto porque de una forma u otra se hayan apoderado en algunas ocasiones del Poder y hayan llevado a cabo sus programas a fondo, incluyendo genocidios en masa y todo eso, sino por su tendencia congénita a ser instrumentos de poder.

Se puede pensar también, por ejemplo, en el análisis de Lenin sobre la participación en las elecciones. En una carta creo, Lenin dijo:

«A nosotros no nos interesa participar en masa en las elecciones, conquistar la mayoría en el parlamento, nos interesa una representación política parlamentaria, aunque no sean más que uno o dos diputados, porque ésta puede ser portavoz de lo que sucede en la calle».

Aparentemente este análisis puede ser expuesto por personas que no son leninistas. Aun así se trata de una tesis que escoge la participación limitada en las elecciones, de forma funcional a la conquista del Poder. De hecho enlaza, y pone a disposición de la estructura política, el movimiento de calle, impidiendo que éste se desarrolle, ya no digo autónomamente, pero sí según aquellas capacidades de crecimiento creativo sugeridas por la situación, por las necesidades, por el sufrimiento, por la explotación específica, siendo todos estímulos que están presentes y que hacen crecer el movimiento de calle. Por el contrario, en el concepto leninista de Poder, también en este ejemplo particular, hay una proyectualidad que canaliza las manifestaciones espontáneas hacia la óptica de la conquista del Poder. Por lo tanto, en la acción del partido y en la organización de defensa del proletariado (partido y sindicato como correas de transmisión, sin importar cual domina sobre cual, ya que se remiten recíprocamente las tareas) hay ese aspecto del Poder, por lo cual la gestión del Poder in nuce vigila la gestión futura del Poder, una vez conquistado.

Pero los anarquistas han desarrollado una crítica aún más profunda, aquella referente al delegacionismo. Han dicho siempre: «no es posible delegar en otros lo que podemos hacer nosotros». Esto es algo importante, porque parece muy natural que una persona, la cual no consigue hacer algo, recurra a una prótesis, extienda sus posibilidades haciéndose asistir por otra persona.
Ahora, este concepto tan espontáneo, tan humano, es augurio de muchas consecuencias negativas. Quien recibe la delegación se cree revestido de un poder que se puede extender, que puede crecer, también en los casos de un delegacionismo lo suficientemente limitado. Es por tanto llevado a utilizar dicho poder, claro que con las mejores intenciones, al menos en un principio. Además, ¿por qué recibe esta delegación? Porque le es reconocida una capacidad, una capacidad técnica, una capacidad teórica, quizás una capacidad mínima, estúpida, como la de saber hablar por otro, una capacidad imbécil, como la de saber escribir por otro, cosas de importancia secundaria, pero que a la larga constituyen elementos sobre los cuales se construye el Poder del individuo, el Poder de mañana. Los delegados siempre son personas muy peligrosas (y yo soy una de esas personas peligrosas, y a personas como a mí jamás debería serle concedida una delegación porque podría ser atraído para hacer de ella un mal uso). También hablar en lugar de otros es delegación, es un hecho negativo. Así pues, todo lo que estoy diciendo aquí siempre debe ser visto bajo una luz crítica. Claro que se trata, en los casos como el que hoy estamos viviendo juntos, de un riesgo limitado. Ante todo, podría decir unas estupideces, pero para obviar eso basta con que lo que diga sea atentamente valorado. Luego porque, en delegar en mí para hablar, los compañeros organizadores acordaron conmigo un tema lo suficientemente cerrado y quisieron saber primero de qué hablaría, aunque sea a grandes rasgos, reservándose evidentemente la posibilidad de interrumpirme diciendo: «para, estás diciendo estupideces». Y entonces, como ven, en este caso se trata de un delegacionismo de lo menos peligroso. Pero el problema persiste.

Pensemos en otro tipo de delegaciones, por ejemplo en las delegaciones sindicales, en las delegaciones de organizaciones específicas. Es decir, cuando el movimiento revolucionario se vio forzado a dar vida a organizaciones clandestinas de lucha, a organizaciones armadas capaces de atacar y contraatacar a aquellas estructuras realizadas por el Poder para la opresión, la explotación, el control, etcétera. Dentro de estas organizaciones específicas, está la cuestión de la disponibilidad de las técnicas de competencia; por ejemplo, quién sabe utilizar determinadas cosas fácilmente ocupa un puesto de dominio, un puesto de relevo, y se vuelve a menudo casi insustituible. Prueben quitarlo de aquel puesto, supriman el juego de la personalidad. ¿Cómo hacerlo? No es fácil. También dentro de las organizaciones anarquistas sucede esto. Ya que no sucede de un modo descaradamente claro, en un sentido tipo «yo soy general, tu coronel, debes hacer lo que te digo», el problema es todavía más difícil.

Muchos años atrás tuve una conversación con Cipriano Mera, albañil de profesión que durante la Guerra Civil Española fue nombrado general de cuerpo del ejército republicano, responsable de la contraofensiva anarquista que se intentó poner en práctica también contra los comunistas [7] en los últimos meses de la guerra. Él decía no haber afirmado nunca que, siendo general, si daba una orden a un coronel éste debía obedecer. Como compañero anarquista nunca podría haber dicho algo así. Pero encuentro extraño que negara esta afirmación (además de que había una grabación de estas palabras, pronunciadas en un mitin público). Según creo yo, es legítimo que un general dé una orden a un coronel y es natural que un coronel deba obedecer, y es algo legítimo también para los anarquistas que (por desgracia para ellos) se encontraban combatiendo dentro de una organización militarista, o sea, una guerra de línea en la cual estos participan en un frente constituido por fuerzas republicanas, populares, comunistas, liberales, internacionalistas de todo tipo, etcétera. En este caso, los anarquistas deben participar en la lógica del juego. No pueden participar como anarquistas en una guerra de línea. Deberían haberlo pensado antes. Antes, cuando aceptaron ir al Gobierno. Deberían haberlo pensado antes, cuando aceptaron crear las grandes organizaciones sindicales que los obligaron a ir al Gobierno. Deberían haberlo pensado antes, cuando tomaron la senda del asociacionismo libertario.
España es ese gran teatro en el cual se ha llevado a cabo la revolución anarquista más amplia y significativa y donde, por desgracia, se han visto los errores más grandes. El asociacionismo de defensa llevó a la gran organización sindical, con más de un millón de participantes: la CNT. La gran organización llevó al dilema: entrar o no en el Gobierno. Se entró en el Gobierno. La entrada en el Gobierno llevó a la aceptación de la guerra, la guerra de línea, la guerra normal, la guerra entre dos frentes. En el ámbito de una guerra entre dos frentes, un general —puede que sea incluso anarquista— si da una orden a un coronel, éste debe responder «si señor» y obedecer.

Como ven, el Poder se infiltra en las estructuras de la transformación y una vez infiltrado llega hasta nuestra casa, se acerca hasta donde nos encontramos, duerme con nosotros y ya no conseguimos identificarlo y debemos aceptar sus reglas. No podemos decir: «no, yo soy anarquista y la guerra la hago a mi manera». He aquí por qué, pasando a otro argumento, los anarquistas siempre han sido abstencionistas. Por qué siempre han rechazado participar en las elecciones. Han habido momentos de debate, y todavía hay uno en curso —aquel empezado por el municipalismo libertario, que acepta las elecciones administrativas—, pero en líneas generales todos los anarquistas están contra las elecciones. Aun así, no se puede negar que nada más el asociacionismo libertario, y particularmente las expresiones organizativas del sindicalismo anarquista revolucionario, toman unas dimensiones significativas, o sea, crecen numéricamente y constituyen un peso político en la situación en la cual operan, se encuentran con una gran contradicción. «¿Por qué nunca van a las elecciones locales?» pregunta la gente. La gente no se plantea tantos problemas filosóficos. «Si están convencidos de que su estructura es interesante, si ha sido hecha por los intereses de los trabajadores (supongamos que en una pequeña ciudad donde el fenómeno es posible que suceda con una cierta facilidad), ¿por qué no participan en las elecciones?». Por ejemplo, sé que recientemente hubo un debate de este tipo en Spezzano Albanese [8], donde los compañeros del lugar tienen una fuerte estructura sindical. La gente de ahí les preguntó por qué diablos no se presentaban a las elecciones administrativas. Algo parecido sucedió en los años cincuenta en Castelvetrano, en Sicilia, donde los compañeros del lugar, al frente de una gran organización de defensa de los jornaleros, en su momento aceptaron participar en las elecciones administrativas.

Sobre este tipo de objeción nace, por ejemplo, el gran debate de origen estadounidense en lo referente al municipalismo libertario [9] . Personalmente lo considero un discurso de poca importancia, mientras que son mucho más importantes las motivaciones que llevan al abstencionismo. Para los anarquistas esto no se limita sólo al rechazo de participar en las elecciones. No se limita al rechazo del voto como gesto simbólico, y todavía menos a recurrir a soluciones secundarias, como el voto en blanco, etcétera, sino que significa esencialmente el rechazo activo del papel de delegante. El abstencionismo quiere indicar la posibilidad de construir organizaciones que buscan resolver los problemas sociales de una manera diferente al de la participación en las elecciones. Organizar a la gente, si es posible, para resolver de una manera distinta las necesidades de la realidad de la zona, sugiriendo estructuras nuevas, como los consejos de zona, formas diferentes que pueden ser pensadas y puestas en práctica para fijar enlaces entre las realidades de las distintas zonas, etcétera. Pero éste es otro tema.

Los anarquistas están además contra el antimilitarismo (¡ay!, aquí el lapsus, como veréis el lapsus no aparece nunca de un modo totalmente accidental, de hecho los anarquistas también están contra cierto tipo de antimilitarismo). Pero para evitar equívocos desagradables, busquemos ser más claros. Me corrijo: los anarquistas están contra el militarismo. Sobre esto no hay duda. Están contra el militarismo, no en nombre de una concepción pacifista monótona. Están contra el militarismo principalmente porque tienen una concepción diferente de la lucha. O sea que no tienen nada contra las armas, no tienen nada contra el concepto de defensa de la opresión. Pero en cambio tienen mucho contra un cierto uso de las armas, buscado u ordenado por el Estado, organizado por las estructuras represivas. Tienen mucho que decir sobre el uso militar de las armas. Mientras que, por el contrario, están de acuerdo —por lo menos en su gran mayoría— con el uso de las armas contra el opresor, el uso de las armas contra quien oprime y explota, el uso de las armas en una guerra de liberación. El uso de las armas contra determinadas personas, contra determinadas realidades de la explotación.

Y hasta es una equivocación decir «los anarquistas son antimilitaristas» cuando esto equivale a decir que son pacifistas. Los anarquistas están contra el militarismo no porque sean todos pacifistas. No tienen nada contra lo que simboliza el arma ni pueden aceptar una condena en general de la lucha armada —por usar un término estrechamente técnico que merecería una larga reflexión—. En cambio, están totalmente de acuerdo con el uso particular de las armas. ¿Cuáles usos? Aquellos en los que estos objetos sean utilizados para liberarse, porque no será posible ninguna liberación de forma pacífica. Porque quien tiene el Poder jamás será tan amable como para hacerse a un lado, de buena gana, sin resistir y sin intentar mantenerlo a cualquier precio.

Ahora intentemos llegar a una conclusión. ¿Cuáles son, de hecho, las organizaciones que los anarquistas construyen? Históricamente han construido dos tipos, dos formas de organización. Estamos hablando de la organización específica, de la organización de los anarquistas y no de la organización de los trabajadores. Cuando hablamos del asociacionismo libertario, no hablábamos del asociacionismo de los anarquistas, influenciado, caracterizado por la presencia de los anarquistas. No es que los trabajadores sean necesariamente primero anarquistas y después trabajadores. Primero son trabajadores, explotados, y luego, si es el caso, anarquistas. La gran organización anarquista española de 1936, la CNT, no estaba constituida sólo por anarquistas; sus miembros eran mayoritariamente socialistas. Frente a más de dos millones de miembros inscritos a la CNT, la FAI llegaba, si no me equivoco, a cerca de 150.000 miembros. Ésta era la proporción. Pero intentemos centrar nuestra atención en la organización específica de los anarquistas, dejando de lado las formas organizativas sindicales.

La primera forma creo poder definirla como organización de síntesis. La segunda como organización informal. ¿Qué diferencia hay entre estos dos aspectos de la organización específica de los anarquistas?

La organización de síntesis es una organización de compañeros anarquistas que se dan un estatuto, una forma organizativa, la cual se articula en diferentes secciones, que se pueden llamar comisiones —o de otra manera si se prefiere— y cada una de estas secciones se interesa por un problema particular de la sociedad: el trabajo, la escuela, la actividad científica, el militarismo, el Estado, el Gobierno, etcétera. A cada uno de estos sectores corresponde una comisión que se encarga de llevar al exterior su actividad crítica, es decir, busca desarrollarla en aquellas estructuras de la realidad donde es posible hacerlo, como por ejemplo en el mundo del trabajo o de la escuela, organizando a presencia, los grupos, e intentando mantener dentro de esas realidades una relación de síntesis, o sea, resumir la extrema y variada multiplicidad social de todas esas realidades dentro de un análisis sintético del cual la organización de síntesis anarquista se hace portadora. Este análisis generalmente hace referencia a un programa revolucionario, preventivamente aceptado por la organización durante un congreso suyo, que afronta los diferentes aspectos de la vida cotidiana de manera anarquista y revolucionaria. En el fondo, si preferimos, este módulo tiene un funcionamiento de naturaleza política. Así pues, la organización de síntesis es creada por compañeros anarquistas, se divide en secciones, resume de manera sintética dentro de la misma —o al menos intenta hacerlo— las diferentes realidades de la vida cotidiana y busca también coordinarlas sobre la base de una plataforma, de un programa de tipo social y revolucionario.

La organización informal, en cambio, es diferente. Está constituida por grupos de compañeros, por individuos, también por grupos más articulados, o por reagrupamientos de grupos de compañeros, los cuales no tienen más programa que aquél fundado sobre la base genérica de una valoración de los distintos problemas, por la manera en la que han sido profundizados por distintos grupos, por como han sido intercambiados entre sí mediante comunicaciones informales. Por lo tanto, estas profundizaciones de los problemas, estos análisis, estas propuestas de intervención en la realidad de la explotación y de la opresión pueden ser hechas también a través de la vehiculización de un periódico, de debates, de encuentros, de conferencias, etcétera. Dentro de esta área variada en la cual circula una cierta concepción del anarquismo, se introducen estas relaciones entre grupos, individuos, etcétera, que tienen una naturaleza no formal. O sea que no se realizan, no se concretizan en un programa preciso, no se resumen dentro de un momento ideal e inicial como por ejemplo un congreso, algo que en cambio sí se caracteriza como el momento inicial de la organización de síntesis, sino que se desarrollan poco a poco a través de la práctica, es decir, a través de las cosas que se hacen juntos, de las intervenciones en la realidad que llevan a cabo estos compañeros que forman parte de dicha organización informal.

Al mismo tiempo, estas intervenciones en la realidad se vuelven momentos de actividad revolucionaria en lo real y ocasiones de profundización teórica. Cada actividad llevada a cabo puede ser una ocasión de profundización teórica. Para mí la informalidad se diferencia de un modo bastante radical de la organización de síntesis. Mientras que la organización de síntesis ya tiene un programa inicial rígido, que puede ser modificado pero siempre en congresos, la organización informal tiene una base de relaciones, de conocimientos, de profundizaciones, en constante modificación, en continua evolución, y cada ocasión, cada momento de encuentro y de lucha es al mismo tiempo una ocasión de lucha y de profundización.

¿Cuál es la finalidad de la organización de síntesis? En líneas teóricas, construir las condiciones que producirán la sociedad libre de mañana. En otras palabras, esta organización debería crecer, volviéndose lo suficientemente fuerte como para constituir, de un modo u otro (nunca se dice de manera clara), un liderazgo capaz de guiar a la sociedad en el momento de la crisis y de la transición revolucionaria. Debería ser guardiana y portadora de las ideas revolucionarias y anarquistas, debería ser capaz de suministrar en el momento oportuno los cuadros capaces de sostener de la mejor manera este pasaje a la sociedad del futuro. Debería después derretirse como la nieve bajo el sol, en el momento en que la sociedad libre del futuro esté constituida. Se puede notar que ya en el mismo programa de la organización de síntesis está escrito, de manera bastante detallada, como debería ser estructurada esta sociedad del futuro. Por ejemplo, las formas autoorganizativas, las formas autogestionadas de la producción del futuro. No digo que esté escrito como producir el pan, como producir la pasta. Pero estará escrito —y seguramente ya lo esté— como organizar los núcleos de barrio, las conexiones ciudadanas, las representaciones delegadas, las relaciones federativas, como organizar la defensa, etcétera.

Por el contrario, el instrumento ideal y, dentro de ciertos límites, práctico de la organización informal es la realización del hecho insurreccional, es decir, dar vida a movimientos lo más masivos posibles —aunque estén circunscritos en el espacio y limitados en el tiempo— que tengan una naturaleza de ataque masivo contra las estructuras del Poder. Esta organización insurreccional, como puede verse, no es para nada un medio que pueda garantizar el pasaje a la sociedad libre de mañana. Es simplemente un instrumento metodológico a emplear para el desarrollo de procesos de ataque a las instituciones del Poder, procesos lo más amplio posibles. O sea, que parten de pequeñas realizaciones de naturaleza circunscrita (por ejemplo, un sabotaje), las cuales pueden ser hechas por pequeños núcleos de compañeros, pero que puedan extenderse en un proceso insurreccional, es decir, crear un hecho insurreccional que tenga un movimiento lo más amplio y articulado posible. Nada en este proceso tiene una característica de naturaleza determinada. No hay un proceso determinista que de la «fase A» garantice el pasaje a la «fase B». No es en absoluto realidad que, como se ha dicho algunas veces, los anarquistas insurreccionalistas sostengan la certeza determinista de que se pueda llegar mediante el instrumento insurreccional a la insurrección generalizada. Hay tantos otros elementos que pueden concurrir, y la mayor parte, diría la casi totalidad de estos elementos, no está en las manos de los anarquistas insurreccionalistas, mientras el resto está constituido por las contradicciones de la realidad, por la extensión y por la agudeza de estas contradicciones, por el estallido imprevisto e impensable de posibilidades inimaginables, que nadie hubiese podido prever un momento antes y que en cambio se desencadenan de forma imprevista y nos pueden encontrar dramáticamente desprevenidos [10] .

He aquí por qué el método anarquista insurreccional no tiene para nada las características científicas del determinismo que algunas veces se hallan en el asociacionismo libertario, como por ejemplo en las tendencias anglosajonas de extracción kropotkiniana.

Para mí, las dos expresiones del anarquismo que brevemente he esbozado incluyen dos aspectos entre los más significativos de lo que es su desarrollo histórico y su significado actual.

A menudo estas dos almas del anarquismo se han picoteado una a la otra como los capones de Renzo [11] . Tenemos que darnos cuenta de que, en efecto, ambas pertenecen a dos momentos históricos importantes, siempre y cuando sepan lo que están haciendo. Siempre que no se dejen llevar demasiado por las preocupaciones de saber qué acontece en el terreno del otro. No digo que en el pasado haya habido una visión correcta por un lado y otra errónea por el otro. Personalmente soy un insurreccionalista anarquista y obviamente no soy un exponente de ninguna organización de síntesis; pero consigo darme cuenta de que la organización de síntesis puede hacer un gran trabajo informativo, de propaganda, de penetración entre la gente, puede hacer conocer lo que significa el anarquismo hoy en día, etcétera. Y eso es muy importante, aunque sigo estando convencido de que a buena parte de las estructuras de síntesis ya les pasó su época, especialmente cuando las pesadeces organizativas y las esclerotizaciones internas se acentúan cada vez más en ausencia de una verdadera situación de lucha. En una época en la cual todos los partidos están cambiando de traje, no veo por qué los anarquistas, que desde siempre han sido autocríticos consigo mismos, deban insistir en mantener una fachada, una coraza de naturaleza sustancialmente partidista, en su expresión de organización de síntesis.

Aparte de esta crítica, que hago como insurreccionalista anarquista, considero que el desarrollo de la tarea clásica, de la tarea histórica de la organización de síntesis, todavía hoy puede tener un desarrollo propio, aunque sea modesto.

Un significado, mucho más importante a mi modo de ver, lo tiene la organización informal, una organización que para mi da la máxima libertad posible a todos los compañeros de entenderse como mejor se considere, de juntarse como mejor se crea oportuno, de discutir en todas las ocasiones en las que haya la oportunidad de hacerlo, para ponerse de acuerdo, para agruparse y, principalmente, para crear esa conexión fundamental que está hecha por la afinidad, para que así nos entendamos y entendiéndonos nos conozcamos, y conociéndonos se desarrolle la posibilidad de hacer algo juntos.

Estos dos caminos, estas dos grandes almas del anarquismo actual, la organización de síntesis —definitivamente liberada de sus pretensiones partidistas— y la otra, finalmente capaz de mirar hacia adelante y desarrollarse por la vía de la profundización, del conocimiento recíproco de todos los compañeros interesados, fundado sobre la afinidad, estos dos caminos pueden generar una contribución común hacia la sociedad de mañana que, naturalmente, debe ser libre, autónoma, carente de Poder, y autogestionada.

Les doy las gracias por su atención.

 


[1] Donde se encuentra la afirmación de que «el hombre es el lobo del hombre» es en la obra Leviatán del filósofo inglés Thomas Hobbes, publicada en 1651.
[2] Virtuismo es un concepto no muy común en castellano, acuñado en 1911 por el economista y filósofo italiano Vilfredo Pareto para definir el fanatismo moral.
[3] Quizá actualmente resultan ser unos acontecimientos sobre los cuales no se aprende en casi ninguna escuela, y menos aún en la vida cotidiana, pero no se trata de fechas elegidas al azar y propuestas como ejemplos sino que se refieren a acontecimientos que tienen una importancia crucial en la historia revolucionaria. Bonanno nombra respectivamente a la Revolución Francesa, a las llamadas «Revoluciones de 1848» que tuvieron lugar en diferentes países de Europa, a la Comuna de París y a la Revolución Rusa.
[4] Por «entrismo» se conoce una táctica política empleada por algunos grupos trotskistas de la IV Internacional. Consiste en que sus miembros se afilien (entren) en los grandes partidos de masas de sus respectivos países, especialmente en los pertenecientes a la Segunda Internacional. Su objetivo principal es «transformar estos partidos reformistas en partidos revolucionarios».
[5] El Palazzo Montecitorio es un palacio de Roma, sede de la Cámara de Diputados italiana.
[6] En Italia, durante los años setenta, una práctica del movimiento estudiantil consistía en exigir a los profesores poner a todos los alumnos «la sufficienza», es decir, el mínimo para aprobar el curso, que se traducía en un 6 sobre un máximo de 10.
[7] Obviamente se refiere a los estalinistas y no a los comunistas revolucionarios.
[8] Municipio situado en el territorio de la provincia de Cosenza, en Calabria, Italia.
[9] Se refiere a la corriente teórica que se basa en la idea de la recuperación de las asambleas populares y la «democracia directa» a los niveles municipal, de vecindad y de barrio, que Murray Bookchin desarrolló.
[10] Algo que pudimos oír de boca de compañeros anarquistas que se encontraron de repente con los hechos de Francia en noviembre de 2005 o de Inglaterra en agosto de 2011 fue la sorpresa por los acontecimientos y la sensación de sentirse superados por los hechos en sí. Cosa que no ocurrió, por ejemplo, a los compañeros griegos en las revueltas que comenzaron en diciembre de 2008. Los motivos son complejos como para analizarlos en una breve nota al pie y dejamos que cada uno saque sus propias conclusiones.
[11] Se refiere a un personaje de la clásica novela italiana Los Novios de Alessandro Manzoni y en particular a esta escena: «Dejo imaginar al lector cómo harían el viaje aquellos pobres animales, atados de aquel modo y colgados de las patas, cabeza abajo, en la mano de un hombre que, agitado por tantas pasiones, acompañaba con los gestos los pensamientos que pasaban en tumulto por su mente. Ora extendía el brazo por la cólera, ora lo alzaba por la desesperación, ora lo blandía en el aire, como en son de amenaza, y, todas las veces les daba terribles sacudidas, y hacía bailar aquellas cuatro cabezas colgantes; las cuales, mientras tanto, se las ingeniaban para picotearse una a otra, como demasiado a menudo ocurre entre compañeros de desventura»

Traducción y notas Bardo Ediciones

Violencia y organización

 

Conferencia de Agustín García Calvo en el salón de la CNT de Barcelona. 1978

Respecto a la violencia no voy a añadir gran cosa en general. Que conste que cuando uno está hablando, está hablando contra las ideas y no se puede hablar contra ninguna otra cosa. Pero uno habla contra la idea de los puños, sí. Y uno habla contra la idea de violencia, sí. Y contra la violencia misma, ¿Qué tengo yo que decir? ¿Qué sé yo? Ya lo dije al principio. ¿Cuál es la guía de los que no tenemos guía? El enemigo. No hacer lo que él hace. ¿Cómo es la violencia del Estado, cómo es la violencia establecida? Ahí, fijad los ojos en ese sentido. Si alguna vez se hace algo, que no esté cargado de los rasgos que despide la violencia del Estado.

¿Qué caracteriza la violencia del Estado? La caracteriza la premeditación, el dominio del Futuro, la justificación… entre otras cosas. Cuando la violencia de los llamados, por la prensa, terroristas, va tomando esas características, es cuando el ánimo de uno tiende a caer en la desolación. Es decir, cuando el planeamiento, los medios empleados, se parecen cada vez más a los del enemigo, cuando se hacen juicios por parte de pretendidos revolucionarios, imitando literalmente el aparato de justicia estatal, cuando se condena como si fuera otro Juez (que no pueden ser sino los mismos Jueces), todos son los mismos; cuando se cumplen las sentencias, cuando se dispone del Futuro, cuando se aprieta a alguien exactamente igual que lo hace el Estado, se le mantiene en la misma incertidumbre que hasta hace poco, sólo el Estado podía permitirse.

Porque el horror principal de la violencia estatal era que se pudiera someter a la expectativa de la muerte, en un Futuro por un lado determinado -por ley- y, por otro lado siempre impreciso, siempre encima; cuando se llega a imitar esto, cuando se llega a imitar sobre todo la justificación del Estado, la acción así, sea cualquiera, respaldando la violencia… los medios empleados, que son los mismos que los usados por el Estado, producirán efectos que en definitiva serán los mismos que los del Estado.

En la organización, en general; no digo una manera de organización, sino la organización en general, la historia realmente no enseña nada. Y bien se ve porque se sigue cayendo una y otra vez en este error. Se demuestra que la aceptación misma de la idea de organización tiene consecuencias tan graves que acarrean la ruina, el propósito de ir en contra del principio que podía haber promovido esa organización. No hay organización que pueda ir en contra de la organización. Ninguna. La organización está inventada necesariamente por el Poder, y la opresión. Cualquier organización está condenada a copiar, más o menos, los medios de organización del Poder. Y en esa copia de los medios, está la condena de las acciones, que con esa organización se pretende.

Lo mismo que os decía antes de las armas, y establecía diferencias entre un hacha y una ametralladora, podría establecerla entre el puchero de metralla de Ravachol y las últimas técnicas de algunos terroristas actuales. De la misma manera también, respecto a la organización tendría que decir lo mismo: no todas están totalmente condenadas. Pero no hace falta andar preguntando mucho para saber cuál es la menos dañosa. La menos dañosa es la que lo sea menos, hasta el punto que sea posible llegar, porque ningún absoluto puede pretender llegar hasta la desnudez total (quién puede pretender tal cosa: ningún absoluto se debe pretender; dejemos tal cosa para los teólogos), pero por lo menos, cada vez menos, siempre menos. Es decir, lo contrario de ellos, que como sabéis se caracteriza por aspirar a un todo. Es decir, a la organización perfecta, al Estado definitivo y cerrado y de aproximarse a él de más en más. La táctica contraria sería siempre la menos dañosa. Si la historia de los viejos anarquistas es ejemplar en algo, es en que sentían este daño de la organización, y querían defenderse de ella. Cómo llegaban a sacrificios inmensos incluso para producir asambleas, para producir reuniones para no tener organización. Ninguna.

No quiero particularizar. Si queréis, en la discusión nos detendremos en alguna de las diferentes organizaciones que ha habido. Por ahora, me parece que el sentido de la condena de este medio está bastante claro. La organización viene desde arriba. No hay otra organización más que la piramidal, más o menos. Los hombres no sabemos organizamos de otra manera. No hay democracia. Es mentira. La organización es piramidal. Hay jefe o jefes. Hay súbditos. Y si no hay diferencia entre jefes y súbditos, no hay organización. Cualquiera que pretenda hacer una organización copiará el esquema del Estado. Cualquier cosa en la que no haya diferencias entre jefes y súbditos vendrá desde abajo, desde eso inocente, indefinido y no organizado a lo que se suele llamar gente, pueblo. Desde Arriba, nada .

[Diálogo con los asistentes]

Voz.- Cuando dices que el enemigo está organizado, yo digo: es cierto. Cuando dices que no debemos hacer lo que él hace, yo digo: es cierto. Pero pienso que cuando usas la palabra ‘organizado’, no es una palabra suficiente. Pienso que el enemigo no está organizado simplemente. Está organizado de una manera jerárquica, autoritaria, y respecto a esto, yo digo, no hagamos lo que hace el enemigo, no nos organicemos de forma autoritaria ni jerárquica. Pero esto no implica en absoluto el término ‘no’ o el término ‘organizamos’. Yo pienso, por el contrario, que sí hemos de organizarnos. Para mí el problema es plantear cómo vamos a organizamos. No como ellos evidentemente. Organicémonos de forma libertaria, de forma antiautoritaria.

Al igual que esto, me planteo el término ‘violencia’. El enemigo emplea una violencia de opresión a todos los niveles. Yo pienso que sí hemos de emplear la violencia contra ellos, contra el enemigo. No voy a emplear una violencia totalmente sectaria, alienante; pero sí que voy a emplear la violencia.

Lo que yo quisiera que me aclararas, porque no lo he visto claro, es que una palabra en sí misma no tiene ningún valor. La palabra organización es una palabra astracta, y, a mí no me dice nada. Para mí está muy claro que hemos de organizarnos y hemos de ser violentos. No del mismo modo que ellos. No hagamos lo que hace el enemigo, pero no renunciemos a cosas que para mí son necesarias.

AGC.- Bueno, esto quiere decir que no te he convencido de una cuestión esencial. He dicho que organización no hay más que una; no hay más que un tipo, es ilusorio pensar que hay otro. Y respecto a la violencia del enemigo, he pasado largo rato caracterizándola. Y he dicho cómo me dolía en la medida de que acciones pretendidamente revolucionarias llegaban a parecerse a ella, en cuanto a programación, en cuanto a condena , en cuanto a disposición de Futuro, en cuanto a juicio, en cuanto a justificación ideológica.

Porque he dicho que en el extremo de más abajo, la violencia, que no es ninguna idea de violencia: esa qué sabemos tú y yo; esa se produce en el momento que se produce, nada más. Pero violencia ¿qué?: ¿organizada? ¡Ah! Ahí entramos en otro terreno de discusión. Y respecto a organización ya te he dicho que no me ando con contemplaciones. Este término abstracto, tienes razón, tan abstracto como los términos Estado, familia, individuo… Este término es realísimo, en el sentido que es el que nos oprime. Estamos precisamente muertos, matados por las abstracciones. Por eso hay que luchar contra ellas. Por eso, si fueras congruente, tú no podrías adoptar este término abstracto con la salvedad de decir: depende de cómo, depende de cual. Tal vez te sentirías más inclinado, como yo, a negar el término abstracto. Ahí, decir: todas son malas. Pero voy a ir a los ejemplos. ¿Qué tipos de organizaciones que no sean piramidales, que no sean como las de ellos, hay en este mundo? He dicho: las que son lo menos posible de organización. Pienso en lo que nos cuentan de los movimientos anarquistas andaluces de comienzo de siglo y fines del pasado. Allí hay un ejemplo de mínima, poquísima organización. Pienso, en un terreno más humilde y más cercano, en el año 65, entre los estudiantes, en Madrid, cuando surgieron las grandes asambleas. Allí toda la organización consistía más o menos en que había que reunirse al día siguiente, porque no había ningún aparato que pudiera representarles. No estaban más que todos los miles que estábamos allí juntos. Y la Organización consistía en decir: mañana otra vez aquí. Era un hilo. Por ejemplo estos son los mínimos, ¿verdad? Pues mientras más vayamos subiendo desde aquí, más iremos acercándonos al modo de organización piramidal. ¡Que no hay otro! Una organización en que hay representantes ¡Que son jefes, administradores! ¡Que son jefes!: no hay administración, no hay representación sin la imposición del tipo único de organización que se conoce. No hay ninguna administración y representación que no sea peligrosa. De ahí siempre mi recomendación de luchar por menos organización, puesto que siempre hay organización, como siempre hay violencia, Estado, Sistemas, individuos …

Agustín García Calvo

[Fragmento]

 

Entrevista con Alfredo Bonnano

Entrevista realizada por el corresponsal de Columna Negra durante un encuentro en la ciudad de Monza, Italia, en Noviembre de 2011. Ahí se discutió sobre la actualidad represiva mundial y la cuestión mapuche, entre otros temas. De ese intercambio de ideas con Alfredo María Bonanno devino lo siguiente:

 

Columna Negra (CN): Considerando los escenarios de crisis a escala global, caracterizados por la deslegitimación masiva de los referentes políticos tradicionales, la desestabilizaciones económicas y sociales como las vividas en Grecia y España, etc. ¿cómo podemos comprender la emergencia de las practicas insurreccionalistas que usted planteó desde fines de la década del ’70 hasta mediados de los ’90s, considerando las diferencias del momento actual en el contexto donde estas ideas fueron desarrolladas?

Alfredo María Bonnano (AMB): Es cierto que hay considerables dificultades de parte del capital internacional para reestructurar la propia organización represiva y productiva. Esta situación, que ya se acarrea desde algunos años, viene de la llamada “crisis”, pero no se trata de una crisis en el sentido de contradicción radical que anuncia el pasaje a una situación que podría devenir intolerable por el futuro de la gestión capitalista. No hay nada en estas enfermedades periódicas del dominio que sea pueda conducir de manera determinante a una posible situación irrecuperable y entonces revolucionaria. Para que este acontecimiento pueda comenzar a tener algunos elementos de sentido revolucionario (mayores dificultades de recuperación y de control de parte del capital internacional) se necesita de nuestra participación activa, y es aquí donde es primordial la intervención insurreccional real y verdadera.
Las experiencias hechas a partir de los años setenta, hasta por lo menos al final de los años noventa, demuestran que las realizaciones de carácter insurreccional como ataques en contra de responsables y estructuras del capital, sabotajes a la producción, abstención política y productiva, expropiación, reapropiación del tiempo, etc. – pueden contribuir al terreno fértil en el cual se puede avanzar hacia la insurrección verdadera, o sea la materialización de una serie de ataques de amplia dimensión que puedan tener como resultado transformaciones visibles (políticamente recuperadas en formas de procesos modificativos de las estructuras de dominio) o bien transformaciones menos visibles pero más duraderas y eficaces, es decir realizaciones prácticas que contribuyan a formulaciones de lo que hemos llamado “proyecto insurreccional”.

CN: Siguiendo diversos análisis, las crisis actuales se presentan como expresión de una situación de catástrofe generalizada, la que se visibiliza, entre otras cosas, en un abierto alejamiento de los estados de sus máscaras democráticas, y en la abierta militarización de la represión. Sobre esto, ¿De qué manera la prácticas del anarquismo insurreccional pueden propiciar una resistencia y generar las condiciones de ruptura que permitan poner el escenario de una manifiesta guerra social en ciernes de parte de los explotados?

AMB: Ninguna catástrofe general, al menos en mi opinión. Se trata de las dificultades que el capital está experimentando a nivel represivo y productivo, incluso debido a algunos procesos especulativos financieros que se han establecido y que han demostrado ser completamente incapaces de garantizar una mayor seguridad y mayores ganancias. La estructura subyacente de la producción económica se encuentra relativamente al margen de los desastres provocados por la especulación, y el capital se ha puesto a cubierto procediendo a reducir el despilfarro, reducir los costos de producción, despedir a algunos sectores sociales productivos menos garantizados, y así sucesivamente. Para esto ha tenido que darse por fuerza una capacidad represiva policial mayor, medios de control más grandes y más eficientes, en una palabra, incluso a prepararse militarmente para una posible fase transitoria de la guerra civil.
En definitiva, lo que está intentando realizar el proyecto represivo y productivo en curso es simplemente una restructuración a todos los niveles, para garantizar ingresos base a los grandes inversionistas extranjeros y tranquilidad para la explotación, lo cual ha sido siempre su objetivo. Es nuestra tarea intervenir en el choque con la máxima decisión posible, para buscar combatir este proceso. Los medios que tenemos disponibles son los insurreccionales: el ataque, la autonomía organizativa de estructuras mínimas de base, la informalidad de esas estructuras, la destrucción del enemigo, y la autogestión generalizada.

CN: Otro de los factores relevantes que ha surgido durante los últimos tiempos es el empoderamiento ciudadanista que ha tendido a reforzar posiciones izquierdistas que son movidas tanto por la precarización de sus vidas, como una defensa ante las grandes coorporaciones, ayudando a frenar la proliferación de dinámicas antagonistas. En este sentido, por un lado ¿cuáles son las posibilidades que pueden abrirse desde las prácticas anarquistas para frenar este ímpetu ciudadano? Y por otro, ¿cómo cree usted que desde la trinchera antagonista podemos romper con el arrinconamiento al que hemos sido llevados por el ciudadanismo, y lograr ir allá de ubicarnos “a la izquierda de la izquierda”?

AMB: Cualquier forma camuflada de cambio, como puede ser el ciudadanismo, tarde o temprano muestra su cola política y se ve desenmascarado por los hechos. Se trata de colaboraciones indirectas que el poder recibe de parte de aquellos que temen lo peor y por eso se adaptan a obtener una simple extensión de la cadena. No se necesitan grandes análisis para indicar lo que se necesita hacer en contra de estos lamebotas del capital. En su lugar, hay que comprometerse por el ataque que podemos realizar con nuestras fuerzas, sin buscar posibles compromisos con fuerzas políticas que no nos pertenecen y que hoy en día constituyen la última línea ofensiva del capital, la que es quizás la más eficaz en la recuperación.
El proyecto insurreccional, identificable en la organización informal de base y en el asalto destructivo contra toda realización de la represión, necesita sin duda alguna de ideas, informaciones más detalladas y conocimientos que difieren en función de las diferentes situaciones geográficas que se presentan, pero no puede alejarse de sus directrices principales: ataque, autonomía, informalidad, y autogestión.

CN: Entendiendo que la crítica anárquica tiene como eje constituyente el problema del Estado, ¿cuáles cree que son los puntos de cuestionamiento y trabajo respecto a una crítica anti-estatal que se vuelven imperiosos desarrollar para favorecer el actual despliegue de prácticas anarquistas?

AMB: Los anarquistas son evidentemente antiestatales. La crítica anarquista es directa a la aniquilación del Estado, aunque la práctica no se limita a la espera que el Estado se encuentre en dificultad para salir a las calles y luchar concretamente en darle el último empujón. Casi siempre los anarquistas están presentes en luchas intermedias, o sea, determinadas por problemáticas locales que la gente tiene en lugares geográficamente determinados. Estas luchas buscan reducir la represión que pesa sobre una pequeña parte de la población de un lugar, pero tienen una gran importancia para todos los explotados en general si se plantean correctamente enfocadas desde el punto de vista del método y del proyecto insurreccional.

CN: Las propuestas de la acción informal surgieron como una búsqueda de formas de ataque más directo. No obstante, ya durante la década de los ’90, con el “Caso Marini” se han llevado a cabo por parte del Estado una identificación de las prácticas informales (ya sea por montaje o infiltración),  llegando al actual proceso contra la FAI-FRI y el “Caso Bombas” en Chile. Respecto a esto, y según su experiencia, ¿qué elementos de la propuesta y las prácticas de informalidad deben ser revisados?

AMB: El Estado ha trabajado casi por veinte años antes de enfocar de manera precisa (hasta cierto punto) las estructuras organizativas informales de base y el método insurreccional. De hecho, el poder no tiene medios suficientes para predecir todas las iniciativas informales debido a la enorme potencialidad creativa de éstas últimas. Cuando el ataque se realiza a partir de las características organizativas informales, o sea de manera extendida en el territorio, libre de cualquier contaminación política, directo a destruir pequeños objetivos -y no por este motivo menos significativos; en otras palabras, cuando se evita centralizarse hacia un único objetivo, o hacia pocos objetivos bien visibles y calificados, [la acción] no puede ser fácilmente detenida. Se tendría que poner mucha atención en la elección de estos objetivos, evitando dejarse seducir por aquellos extremadamente visibles (hace falta pensar a los recientes ataques que en Grecia los compañeros están realizando en contra del Parlamento del país), que por esto están más protegidos y al final son de escasa importancia. El estudio de los objetivos corresponde al conocimiento del territorio y también al análisis de la relación que trascurre entre capital local y capital internacional. Muchos de estos conocimientos son ahora fácilmente identificables (basta pensar en lo que se puede encontrar en Internet) pero algunas otras son más difíciles y requieren un estudio verdaderamente profundo.

CN: En el contexto de luchas de liberación nacional y la relación con los movimientos anarquistas, en particular con la del pueblo mapuche en Chile, hemos tomado en cuenta su análisis y propuestas escritas en el 76; “Anarquismo y Liberación Nacional”. En el caso mapuche, desde los años 90, principalmente dos pensamientos antagonistas se ven enfrentados. El primero incluye a nuevas generaciones mapuche con planteamientos políticos anticapitalistas, de reconstrucción política-económica y cultural, autónoma es decir, sin ningún caso de integración al Estado chileno. Su visión política traspasa las fronteras de su territorialidad reconociendo en otros pueblos del territorio de chile, y del mundo a hermanxs explotados, aprendiendo y solidarizándose con sus experiencias de lucha. La segunda, grupos mapuche que postulan una representatividad política dentro del Estado, inclinándose a formar partidos mapuche nacionalistas y tener reconocimiento constitucional, marginando las luchas reales de resistencia mapuche autónomas, a simples grupos minoritarios, por el hecho de no conformarse ni identificarse con la izquierda mapuche, y menos con la socialdemocracia mapuche.

Entendiendo este nuevo contexto, de mapuches partidistas integracionistas, como una situación que se ha dado en otros movimientos de Liberación Nacional del mundo, pero que en Chile es un fenómeno reciente post dictadura Pinochet–democracia. ¿Qué podría comentar o sugerir, desde su conocimiento en experiencias de liberación actuales? ¿Qué ideas podríamos plantear en nuestra propuesta de lucha anticapitalista, mapuche e internacionalista, en apoyo y defensa ante el nuevo pensamiento de algunas comunidades mapuches hermanas?

AMB: La lucha de liberación nacional siempre ha sido vista por parte de un anarquista como fase intermedia, como lucha intermedia. Esto, en mi opinión, sucede también hoy día con la lucha del pueblo mapuche. Ninguna posición política de compromiso tendría que ser aceptada, más que la de una radical y completa liberación respecto al Estado chileno. Se trata de una posición que solo teóricamente es muy simple, pero en lo practico presenta muchas dificultades en cuanto no es aceptada enseguida, sin objeción, por parte de muchas fuerzas que se ilusionan con poder colaborar ,dentro de ciertos límites, con las fuerzas del izquierdismo progresista chileno, para luego alejarse e ir más allá. Se trata una pura ilusión cuantitativa, o sea, que piensan a través de atraerse a cuanta más gente sea posible a su lado para realizar una presión eficaz contra el Estado chileno. Básicamente, ese camino no tiene salida, y el caso irlandés, y muchos ejemplos africanos, están allí para dar testimonio.

Hoy en día, el pueblo Mapuche se encuentra en condiciones bien definidas. Puede entender que la única opción que le queda es la de una clara lucha en contra del Estado chileno y en contra de todos los Estados. De la creación de una entidad mapuche no-estatal en un futuro próximo, libre de la hegemonía chilena, pueden surgir muchas posibilidades de liberación, pero quizás también algunas posibilidades de una nueva forma estatal mas pequeña, y por lo mismo, represiva. No hay que temer, el destino de las luchas de liberación nacionales a menudo es ese. Se tendrá que volver a empezar la lucha en el mismo punto que se dejó, sin miedo y sin contradicciones políticas.
De todas maneras, por el momento no es tanto una cuestión de lo que sucederá después de la “liberación”, sino de aquello que se tiene que hacer hoy, antes de la “liberación”. Y lo que se tiene que hacer hoy corresponde precisamente con la lucha insurreccional anarquista en contra del Estado chileno.